Imagen de "Taringa!" |
Que
ningún ser humano es igual al otro, eso lo sabemos todos. Que
existen personas más inteligentes y otras menos, resulta obvio para
un universo tan amplio como el que habita nuestro Planeta. Otro hecho
imposible de soslayar es el espiritual o moral, que termina
diferenciando claramente a las personas, a la hora de enfrentar sus
posicionamientos frente a las diversas circunstancias en las que
desarrollamos nuestras vidas.
Pero
es la actitud frente al otro (u otra) lo que determina quienes somos
de verdad. Es la consideración más o menos comprensiva de la
realidad que nos interroga sobre los sentimientos que nos generan los
demás, cuando éstos manifiestan sus superioridades auténticas en
inteligencia y ética. Es allí cuando aparecen los reales efectos
que producen en nosotros esas supremacías ajenas, de donde pueden
surgir derivaciones positivas o negativas.
El
reconocimiento, la admiración y hasta la pasión, son sentimientos
que pueden considerarse lógicos resultados de la admisión de esas
descollantes capacidades ajenas. Pero esos efectos positivos no son
siempre los que ganan las consideraciones de las personas, cuando no
se admiten las posibilidades de ser menos capaces que otros.
Aparece
allí en escena, la envidia. Esa vieja y despreciable manera de
relacionar todo lo negativo con aquellos (y aquellas) que sabemos
perfectamente que nos superan en las áreas que fueran. Esa
confortable manera de evitar el esfuerzo necesario para superar esas
diferencias, degradando a los envidiados para poder sostenerse en
niveles de igualdades que no se tienen.
Jugando
con ese sencillo pero reprobable sentimiento, sembrado y promovido
por los más diversos medios, el Poder ha logrado estigmatizar a
figuras que les son molestas para sus proyectos de hegemonía
económica y social. Con la naturalidad propia que los perversos
imprimen a sus actos, han podido hacer que grandes sectores de la
población se inclinen a odiar y despreciar justamente a quienes, con
firmeza moral e inteligencia superior, se han atrevido a desafiarlos.
La
historia decanta las verdades, pero a veces de manera muy lenta. Y
por imperio de ese repugnante sentimiento de envidia, generaciones
enteras pasan por la vida sin otro destino que el de sobrevivir para
alimentar las arcas de los poderosos, mientras los envidiosos
continúan con su miserable tarea de destruir ilusiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario