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A lo
largo de los últimos sesenta años de nuestra historia, el sistema
más importante de comunicaciones terrestres, el ferroviario, ha sido
objeto de ataques reiterados y destrucciones permanentes, a
instancias de los poderosos grupos de presión del transporte
automotor, con las inconsistentes disculpas de supuestas “agilidades”
y prestaciones superiores.
Esa
miserable campaña de desprestigio, a veces con la colaboración de
sindicalistas obsecuentes del Poder, logró reducir en forma
dramática la extensión de la red ferroviaria, al punto de la
desaparición concreta de centenares de poblaciones, al quitárseles
el “oxígeno” vital para sus desarrollos.
Siempre
con mentiras a flor de labios, cada dirigente político que asumió
la tarea destructiva del ferrocarril lo hizo en nombre de supuestas
“modernizaciones” comunicacionales, que resultaron en fiascos
reiterados y profundización del aislamiento regional. Solo negocios
sucios y prebendas innegables se generaron por esas acciones
antinacionales. Negocios que involucraron, reiteradamente (aunque no
solo), a los empresas del actual Presidente de la Nación y su
familia.
Las
autopistas y carreteras construídas con la grotesca disculpa de
reemplazar al transporte ferroviario, sirvieron solo para impulsar
beneficios empresariales sin límites, sumado al increíble y
ridículo sistema de peajes que termina de cerrar el círculo del
“negocio perfecto”.
Ahora
vuelven al ataque. Con las mismas o renovadas coartadas pretenden
convencer de que están ayudando a “urbanizar asentamientos”
levantando vías y ocupando trazas ferroviarias. Ilusorias fantasías
que propagan para acceder a tierras apetecidas por las carnívoras
inmobiliarias que serán las que, tarde o remprano, se llenarán los
bolsillos por el uso de esos privilegiados dominios.
Desde
Frondizi y su Plan Larkin hasta Ménem y su “ramal que para, ramal
que cierra”, nos han ido quitando soberanía y capacidad de
desarrollo autónomo en materia comunicacional. Ahora, después de
un período de recuperación ferroviaria tan valiosa, con
esperanzadoras previsiones para un futuro que parecía tan virtuoso,
vuelven los cantos de sirenas a convencer de lo imposible de creer.
Otra
vez la amenaza de terminar con el ferrocarril. Otra vez el oscuro
futuro de las vías muertas y el desguace de sus bienes. Otra vez la
tarea sucia de destruir los sueños de todas las generaciones de
argentinos de bien, crecidas al ritmo del dulce traqueteo del paso de
un convoy.
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