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Tan
difícil como extraer agua de las piedras, resulta modificar el alma
oligárquica de los más encumbrados integrantes del Poder Judicial
argentino. Sin importar el orígen familiar, su pertenencia o no a
los patricios dueños de la Argentina desde el siglo XIX, actúan
como tales, aún cuando pudieran tener algunas poses de demócratas y
expresiones parecidas a eso que convencionalmente denominamos justo.
Es
que la estructura de ese Poder resulta de una importancia vital para
quienes necesitan valerse de él para ejercer su dominación absoluta
sobre la sociedad y los individuos. Todo termina siempre por ser
auditado por este omnímodo sistema de supuesta “independencia”,
que solo parece serlo de la voluntad popular, aunque no de las
corporaciones económicas y financieras.
Esto
es fácil advertirlo a través de la comparación entre los
tratamientos de casos que involucren a personas pobres o ricas. Más
todavía se nota esa disparidad de criterios, ante temas que
involucran a grandes corporaciones oligopólicas enfrentadas al
Estado, cuando éste pretende aplicar leyes o programas que puedan
significar alguna pérdida en los astronómicos beneficios que esas
empresas obtienen.
La
muestra más clara y a la vez repugnante, de la contradicción entre
ese Poder y el significado de la Justicia, es el caso de Milagro
Sala. Se da en la provincia de Jujuy, que un opaco personaje sin
capacidad intelectual y mucho menos ética, ha transformado en una
especie de Macondo argentino.
En
ese asunto es donde se condensa toda la brutal contradicción entre
la oligárquica estructura judicial y el Pueblo. Es con el acoso a
los líderes populares como colabora con el mantenimiento de un
sistema para el cual la venalidad de los jueces es imprescindible.
Con
persecusiones de claro orígen clasista es que se ha manifestado
siempre la historia de desprecio y odio con que se ha conformado
nuestra Nación. Y será unicamente con la destrucción de esa
estructura oligárquica y su reemplazo por una que se sostenga en la
más amplia voluntad popular, que podrá terminarse para siempre con
tantas infamias sociales, esas que jamás aceptarán modificar los
engreídos habitantes de los arrogantes palacios de la in-Justicia.
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