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Hay
cifras que espantan, porque indican no solo retrocesos económicos,
sino también la falta absoluta de criterios solidarios para la
conformación de sociedades que promuevan la posibilidad del
desarrollo de todos los individuos por igual. La igualdad de la que
se habla, no es uniformidad social, sino acceso a las herramientas
económicas y del conocimiento, que les den a cada individuo la
esperanza de desarrollarse con dignidad, de acuerdo a sus aptitudes y
deseos.
El
tema de la vivienda es uno de esos estigmas que las sociedades
actuales no han podido (o no han querido) resolver. El Mundo entero
ha ido migrando a las ciudades, sin que ello haya significado más
que el traslado de un tipo de pobreza agraria o otra urbana.
El
acceso a viviendas dignas y, más que eso, a hábitats decentes, que
posean las más elementales infraestructuras de servicios, es un
derecho incumplido en todas partes, pero elevado exponencialmente en
los grandes conglomerados urbanos.
El
tema de las viviendas desocupadas es un extremo que lastima. Y es un
fenómeno de carácter mundial, porque es el sistema capitalista
dominante el origen de estos descalabros sociales.
Por
ejemplo: en París hay 50.000 viviendas vacías y en toda Francia hay
3.000.000, mientras 140.000 personas viven en la calle. En Buenos
Aires existen 300.000 viviendas desocupadas, al tiempo que 6.000
personas sobreviven en sus veredas y alrededor de 500.000 lo hacen en
villas miserias.
En
nuestra Ciudad de Rosario, la del boom inmobiliario, la de las
grandes inversiones de orígenes agrarios algunos y “non sanctos”
otros, tenemos entre 70.000 y 80.000 viviendas vacías, mientras un
millar pernocta bajo las estrellas y 200.000 sobreviven en las
paupérrimas condiciones de los llamados “asentamientos”
irregulares.
No es
imposible resolverlo. Se trata de voluntad y decisión. No es que no
haya presupuesto, sino de la orientación que éste posee. No solo es
posible. Lo es desde ahora y en plazos menores a los que nos venden
los burócratas incapaces, que inhabilitan las esperanzas y anulan
los principios solidarios que nunca tuvieron ni tendrán.
Se
trata, en definitiva, de elevar a la categoría de seres humanos a
los abandonados y desarrapados por un sistema que niega la vida y los
sueños de millones con el solo fin de elevar, miserablemente, sus
espúrias y banales fortunas.
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