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Mucho
se ha habla acerca de la gran inversión en salud que tiene la Ciudad
de Rosario. Esta característica de las últimas dos décadas se ha
transformado en “caballito de batalla” del gobierno municipal. Y
resulta correcto que se pondere positivamente ese porcentaje alto de
los presupuestos anuales destinados a un área tan sensible para la
vida de las personas.
Sin
embargo, los grandes volúmenes de dinero que se aportan no se
correspondenden con la eficiencia en su aplicación. Porque el
sistema de salud rosarino replica las tendencias que le imprime la
distribución injusta de la riqueza entre nuestra población,
generada por el modelo de desarrollo económico desigual aplicado.
El
proyecto neoliberal es productor de desigualdades que multiplican los
daños en forma exponencial. Las últimas medidas han alejado a las
familias de los imprescindibles medios que aseguren la prevención
sanitaria y el tratamiento de las dolencias derivadas, también, de
esas maléficas formas de gobernar.
¿De
qué sirve tener Centros de Atención Primaria, sin continuidad
horaria, ni presencia de las especialidades más necesarias, ni
provisión de medicamentos? ¿Qué sentido tiene, en una Ciudad tan
extensa, poseer un solo Centro de Emergencias, con unidades que
tardan tanto, que las personas que necesitan de su atención terminan
con daños irreversibles o muertas?
¿Como
es posible que exista un sistema tan perverso para el otorgamiento de
turnos en los efectores municipales o provinciales (que, además,
debieran estar coordinados), donde los pacientes deben concurrir a
deshoras de la madrugada para obtener un número? ¿Qué impide la
informatización completa de todos y cada uno de los centros de
salud, interconectados entre sí y con los centros de derivación
para diagnósticos y tratamientos?
Es
necesario aprovechar el enorme presupuesto del que se dispone, para
construir un verdadero Sistema de Salud, menos marketinero y más
efectivo, capaz de terminar con una desigualdad tan ofensiva, que
subleva. Es imprescindible re-orientar los esfuerzos hacia quienes
son los generadores y dueños finales de esos presupuestos, que son
los ciudadanos. Es preciso terminar con la encubierta forma
discriminativa que, aún sin desearlo, generan estos métodos tan
alejados de aquellos nobles y certeros propósitos que el Dr.
Carrillo nos legó.
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