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Cuando
la verdad molesta, cuando transforma la ilusión previa en fracaso,
cuando lo que se esperaba no aparece y resulta contradictorio con lo
que se trató de convercerse y convencer como seguro, aparecen, si la
honestidad se deja de lado, creativas formas de evitar decir lo que
en realidad sucedió.
Los
procesos electorales han tenido varias veces estos aditamentos
claramente antidemocráticos, con aviesas intensiones de manipular
resultados y proclamar falsos ganadores. Son procesos vanos,
demostradamente inútiles para tapar la realidad que luego se
manifiesta con claridad.
Pero
el daño ya estará hecho, porque en una sociedad mediatizada como la
actual, lo que vale, antes que la verdad de las urnas, es la verdad a
medias, o la mentira descarada, de los productores periodísticos de
los oligopolios de la comunicación.
Cuando
se terminan los conteos, cuando los papeles demuestran lo inexorable,
el tiempo ya habrá borrado las expectativas dramáticas del momento
del escrutinio dominguero, anulando los efectos sociales y políticos
que se suceden tras los anuncios de resultados en la inmediatez de
los comicios.
Ese
no es un final no previsto, sino una rebuscada forma de impedir el
acceso a la verdad de millones de ciudadanos. Es la vía engañosa
elegida como alternativa falsa pero eficaz, a la hora de conducir al
electorado a desmoralizantes esperas que terminan por desilusionar y
aplacar los ánimos que las reales cifras hubieran generado.
Otra
casualidad que no existe, otra demostrada farsa armada para confundir
y poner en el oponente las culpas de sus propias acciones. Otra
ridícula excusa para presentar al sistema electoral como responsable
de sus frenos maliciosos al conocimiento de la veracidad escrutada.
Cuando
no se tienen convicciones, sino solo intereses; cuando lo que importa
es mantener el poder para culminar con esos “cambios” que no son
otra cosa que el regreso a un pasado replicado con la perversa saña
de profundizarlo; aparecen las sucias herramientas de manipulación
de las decisiones soberanas del Pueblo. Buscan la perpetuidad de sus
condiciones de dueños de nuestras vidas, apelando, como lo han hecho
siempre a lo largo de la historia, a su arma más mortal y
desmoralizante: la mentira.
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