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Los
mitos son expresiones culturales de las sociedades, que transforman
lo que parecen simples creencias en historias verdaderas. Las
explicaciones filosóficas y científicas se fueron encargando de
estigmatizar a los mitos populares, cargándolos de un valor
peyorativo, tratándolos como si fueran patrañas, creencias
extendidas pero falsas.
Sin
embargo, no todos los llamados mitos resultan ser falsas expresiones
de realidades que no puedan explicarse de otra forma que con
elucubraciones sobrenaturales. Los pueblos suelen darse la libertad
de tomar hechos o personas como mitos, que les ayudan a sobrellevar
sus procesos de construcción social con mayor energía, convirtiendo
a esos mitos en escudos contra sus enemigos, en la eterna lucha por
un Poder que resulta, siempre, causante de todas sus desgracias.
Los
grandes líderes del Mundo han sido convertidos en mitos, por la
admiración de sus cualidades y acciones, por sus coherencias entre
sus dichos y sus obras. No estamos hablando de semidioses paganos ni
de simples ídolos. Son mucho más que eso, al formar parte de los
más profundo del sentimiento popular, que pasa por el corazón antes
que por sus pensamientos.
Es
el caso de nuestro Diego Maradona, tan querido por su Pueblo y tan
estigmatizado por el poder mediático, tratando de destruirlo cada
vez que de su boca incontenible salen verdades como bombas, que
destruyen las falacias que esos mismos medios producen a diario.
Su
relación con los más grandes líderes políticos populares de
nuestros tiempos, le ha significado el odio absoluto por parte de los
poderosos. En cambio, sus dichos son siempre escuchados con atención
por los sectores más humildes del Mundo, sabiendo que nunca les ha
traicionado e intuyendo que jamás lo hará.
La
defensa de la Revolución Bolivariana de Venezuela, su amistad con
Chávez, su apoyo al Gobierno de ese País, la ha valido la miserable
andanada de ataques personales que él aguanta como lo que es: un
auténtico defensor de los más sencillos y, paradojicamente, los más
importantes valores, que sabe entender como pocos.
Gambeteando
como solo él puede hacerlo, atraviesa cuanta falacia se elabore por
el Imperio para destruir los procesos populares de una Latinoamérica,
que lo ha convertido en un mito viviente para sostener las banderas
que otros abandonan por las sucias monedas del Poder. Ese que tanto
le teme al eterno cebollita de Villa Fiorito.
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