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“No
está. No existe. Ni vivo ni muerto”. Esa fue la perversa
respuesta del monstruo Videla hace cuatro décadas sobre el destino
de quienes él y sus cómplices hacían desaparecer. Como una
letanía, esa frase regresa al presente, sin ser pronunciada, pero
sostenida con los hechos por sus descendientes ideológicos, hoy en
el gobierno.
Con
mentiras, excusas y contradicciones permanentes, acomodan sus cuerpos
a las circunstancias creadas por ellos y sus secuaces para la
desaparición de Santiago Maldonado. Pasando de acusados a
acusadores, sostienen teorias de cuya ridiculez les será imposible
volver. O tal vez si, ateniéndose al poder que les confiere el
contar con el mismo aparato mediático encubridor de antes y de
ahora.
Incriminan
a los Pueblos originarios en delitos que solo cometen ellos, como
antes lo hicieron sus genocidas ascendientes del siglo XIX, autores
de las matanzas más viles que se puedan imaginar. Señalan como
delincuentes a quienes ocultan sus rostros ante la presencia de los
cobardes con uniforme que los atacan sin piedad, mientras ellos
enmascaran sus acciones depredadoras detrás de jueces sin dignidad
ni moral, que asumen funciones de pantalla de las vilezas de los
poderosos.
La
Sociedad reacciona instintivamente a estos atropellos a la razón y a
la historia. Pero lo hace limitadamente. Muchos miles reclaman por
Santiago, pero otros tantos permanecen indiferentes o, lo que es
peor, apoyando las grotescas especulaciones de los profesionales del
odio que desprestigian al periodismo.
“No
hay mejor defensa que un buen ataque”. Y así lo entienden los
integrantes del gobierno, que tratan de involucrar a su víctima en
delitos y violencias indemostrables. Ni sus padres se han salvado de
sus elucubraciones demoníacas, producto de la alcoholizada mente que
dirige estos operativos mortales.
Los
ojos de Santiago parecen estar interrogándonos a todos desde cada
pancarta. Nos preguntan donde estamos nosotros, que haremos frente a
semejante desatino del Poder. En su mirada se resume las miles de
otras que desde la historia nos reclaman justicia. Esa Justicia que
solo la será cuando sepamos donde está Santiago. Por que sí está,
sí existe y sí está vivo en los corazones de quienes no aceptamos
el olvido como respuesta final.
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