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La Corte de los Milagros era una zona del París medieval
habitada por mendigos, ladrones y prostitutas. Recibió este nombre porque sus
habitantes, por el día, pedían limosna fingiéndose ciegos o discapacitados,
pero de noche, ya en sus casas (corte), recuperaban milagrosamente la salud.
Aquí, la Corte Suprema de Justicia de Argentina es un ámbito
habitado por jueces que, a veces, suelen
ser mendigantes de favores, ladrones de historias o prostituidos del Poder. Sus
integrantes, al igual que aquella de los milagros de París, fingen lo que no
son pero, ya reunidos en sus oscuras poltronas judiciales, traducen en
sentencias sus verdaderas opciones éticas.
Los supremos nos han hecho un procaz y nada espontáneo corte
de manga a todos los argentinos, para hacernos saber que son parte de la revivida
“vieja moral”, la que privilegia a los dueños del poder y a quienes les
sirvieron durante la dictadura para iniciar la apropiación de lo que ahora
pretenden culminar, a través de planes económicos de profunda injusticia
social.
Este nido de oligarcas engreídos ha cortado, con el agudo cuchillo
del poder cortesano, a una Sociedad que supo reconstruir, con tiempo, dolor y
perseverancia, una Nación penetrada por el odio de los desquiciados asesinos. Y
también de los beneficiarios y encubridores de entonces, devenidos hoy en
funcionarios de un gobierno decidido a arrasar con todo vestigio de la larga y dura
reconstrucción de la justicia.
Honorable es quien es honrado y merece el respeto o la
estima de los demás. Sin embargo, esta pretenciosa Corte Suprema de In-justicia,
que suele ser tratada con ese nombre, no podrá serlo más después de elevar al
rango de sentencia la impunidad de los genocidas. Una impunidad bendecida también
por obispos, siempre a contramano de la historia y de su Pueblo, al que
ayudaron a castigar con sus controvertidas acciones durante la dictadura.
Sentados a la mesa de la indignidad y la injusticia,
apañados por los eternos medios cómplices, los poderosos dueños de la Argentina
se disponen a gozar del banquete de la revancha antipopular, sazonado por los
sucios dictámenes de los cortesanos inmorales. La historia habrá dado,
entonces, otra vuelta en su espiral degradante, para quedarse sin memoria, sin
verdad y sin justicia.
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