En 1962 se estrenó la primera película de la serie del
agente James Bond 007, con el título “El
satánico Dr. No”. El autodenominado “Doctor No” es un diabólico personaje
que pretende dominar el Planeta con peligrosas amenazas a los líderes de las
potencias mundiales. Sin embargo, a pesar de lo oscuro del personaje y sus
acciones, estas no llegan al nivel de los daños que están provocando, efectivamente,
otros “doctores No” en la actual Argentina.
Tal como aquel desquiciado personaje fílmico que, entre sus particularidades,
poseía manos metálicas, los actuales conductores del PAMI parecen tener sus
corazones hechos con ese duro material y, como seres robóticos, se encargan de responder
siempre con la misma sílaba: NO. Tan negativos como el rival de James Bond,
imaginan truculentas formas de rechazo a cualquier solicitud de los jubilados enfermos,
aplicando procedimientos que, por sus perversas características, serían la
envidia del “satánico” de antaño.
La palabra que lo domina todo es: “mercado”. La mágica expresión
de la ferocidad neoliberal está en su apogeo, donde el libre albedrío de los poderosos
y modernos “doctores No”, eso hacen: decir siempre que no. No más prestaciones,
no más medicamentos, no más turnos, no más camas, no más subsidios, no más alimentos.
Sobran los tormentos diarios destinados a estrechar, sádicamente, la calidad de
vida de los jubilados.
La otra palabra mágica, asociada al dominio perverso de la
entelequia del “mercado”, es “privado”. Ese es el destino final deseado: eliminar
la atención desde el ámbito público, privatizando todo, desligándose de los
supuestamente costosos “gastos” en salud. El abandono llegará así a su clímax,
producto de la insolvencia moral de estos funcionarios cuyas formas humanas no
deben confundirnos: no siente como tales.
Socios de las corporaciones sanatoriales, verán realizados
sus sueños diabólicos cuando hayan eliminado todo el gasto. O lo que es lo
mismo, a todos los jubilados. Nada debe sorprendernos, cuando desde el máximo
nivel del gobierno se promueve como único interés, la disminución de un déficit
que galopa sin parar, al ritmo de sus saqueos a los más débiles de la sociedad.
Los satánicos negadores consideran que no hay límites para
sus ambiciones. Pero los hay. Son aquellos que los avasallados en sus derechos
más elementales decidan ponerles, asumiendo colectivamente el papel de aquel
audaz agente secreto de la novela de Fleming, tomando en sus manos la decisión
de terminar con tamañas indignidades hasta lograr un merecido final feliz, como
el de aquella atrapante película de los sesenta.
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