Es siempre difícil definir la felicidad. Durante siglos,
filósofos, psicólogos, sociólogos y antropólogos han estudiado el origen y las
razones de este sentimiento. Suele definirse como la emoción que se produce en
las personas cuando logran algún objetivo, aunque el grado de esa emoción
dependerá de cada sujeto y su contexto. La felicidad influye mucho en el comportamiento
de las personas, ya que al sentirla, muestran un enfoque más positivo y
motivaciones para mayores logros.
También la economía se involucra en esto de lograr
felicidad. Algunas personas exacerban este costado material del sentimiento en
cuestión, por lo que solo lo sienten cuando obtienen más y más beneficios
pecuniarios. Profundamente relacionado con la obtención de poder, los millonarios
del Mundo buscan siempre mayores beneficios, aun cuando sus fortunas representen
varias vidas de lujos inacabables.
Pero no solo los ricos podrán sentirse felices cuando mejoran
sus niveles económicos. Quienes viven en las más miserables condiciones, no necesitarán
demasiado incremento en sus ingresos para verle la cara a la felicidad. Es que
allí estamos hablando de comer o no comer, de tener o no un techo donde
cobijarse. Así se explican las caras de felicidad de los niños comiendo algo delicioso,
cuando rara vez pueden hacerlo. O con el juguete nuevo que jamás habían tenido.
De eso debiera tratarse, entonces, la construcción de una
sociedad mejor. De obtener la posibilidad de felicidad para todos. La cuestión
es cómo y mediante cuales artilugios y medidas lograr el acceso a esos
sentimientos tan particulares y diversos que provoquen bienestares masivos y
duraderos.
Todo apunta a la desigualdad, esa construcción milenaria que
se asienta ya en el subconsciente de todos los seres humanos. Es lo que hace
posible la dominación de unos sobre otros y la aparición de modos perversos de
felicidades basadas en sufrimientos ajenos y que, aunque parezca imposible,
satisface, a veces, también a los mismos
humillados, que han dejado de ser individuos, para convertirse solo en
herramientas del poder.
No se explicaría, si no, las felicidades de muchos pobres
contemplando las riquezas exhibidas por los millonarios que les impiden sus
propias dignidades. O la aceptación de las mentiras de los cínicos que les roban
sus esperanzas para acumularlas en las alforjas de inservibles egolatrías monetarias.
No se podría concebir, si así no fuera, la caída una y otra vez en las mismas
manos de politiqueros, profesionales del odio y la traición, con repetidas promesas
vacías, de felicidades que nunca llegarán.
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