Imagen de Malba |
En la recordada película “Y…¿dónde está el piloto?”, una
avión se encuentra, por efecto de una intoxicación masiva de pasajeros y
tripulantes, sin alguien con capacidad para gobernarlo y llevarlo a destino con
seguridad. En medio de desopilantes enredos y situaciones aparentemente
límites, un personaje prototípico del cine norteamericano, junto a un muñeco
inflable, terminan por conducir el aparato a un aterrizaje feliz.
Casi una representación del País de nuestra época, donde la
sociedad se encuentra intoxicada de los virus de la mentira y la contumacia,
incluidos sus gobernantes. Aquí también se suceden episodios que podrían ser
catalogados de risueños, sino fuera por los resultados fatales que producen. Y
también estamos bajo el comando de un personaje que parece extraído de una
película. Cada uno sabrá a quien se le pude otorgar el rol de muñeco inflable,
pero el piloto está caracterizado por un inconfundible miembro de las “fuerzas
del mercado”, cuyo poder se acrecienta a medida que aumenta la miseria en la
mayoría de los pasajeros de este inmenso avión llamado Argentina.
Su sabiduría es escasa, pero su arrogancia la suple con
creces descollando, sobre todo, en sus relaciones con los verdaderos dueños de
la empresa planetaria que comanda, de verdad, nuestros futuros. Allí sí que
desata todo su histrionismo, con miradas de profunda complacencia y
subordinadas intenciones. Feliz por recibir el falso aplauso del amo mundial,
alardeará de su pequeño momento de gloria pretendiendo, tal vez, no solo
aterrizarnos en un paraíso inexistente, sino hacernos creer que, como dijera
otro conductor de similares características, “estamos mal, pero vamos bien”.
Para colmo, en esta parodia se anotaron algunos actores de
reparto que solían participar de mejores filmes, pero que han preferido
incursionar en esta comedia, terminando enredados en la telaraña del Poder que
les paga sus participaciones muy poco creíbles. Perdiendo toda vergüenza,
levantan sus manos sin otra convicción que atrapar algunos pesos, mientras
condenan a millones de personas al abandono y la desesperanza.
Lo bueno que tiene el cine es que solo se trata de una
realidad trucada. Lo terrible que tiene nuestra realidad, es que se trata de lo
que vemos y sentimos, aun cuando quiera ser trucada. Habrá, entonces, que
elaborar un nuevo guion para esta película real, donde la felicidad reemplace
la amarga experiencia de nuestros días. Y donde el final encuentre a nuestra
nave conducida por la dignidad y la valentía de los leales representantes de un
Pueblo que sepa construir su destino.
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