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Los datos duros de los números golpean las puertas de los engañados.
Llaman al recuerdo veraz de un pasado de felicidades negadas, empujados por
relatos fantásticos de profetas del rencor y el desprecio, subidos al tren de
la mentira programada, de la destitución solapada, del odio gratuito y la
enemistad fabricada.
Mientras las pantallas insisten, con caras repetidas y voces
petulantes, que lo peor ya ha pasado, que la herencia fue muy pesada y que los
nuevos mandamases son inocentes víctimas de conjuras populistas, los vientos de
la miseria soplan cada vez con mayor fuerza, dejando desnudos, literalmente, a
millones de empobrecidos, hambreando a los inocentes, desesperando a las madres,
alejando a los viejos del “lujo” de los medicamentos.
Los docentes se ven empujados, otra vez, a reclamar derechos
ya alcanzados a fuerza de largos procesos de lucha. Pero regresan también a la
doble función de alimentar a sus alumnos, en escuelas que vuelven a su casi
olvidada función de comedores, donde famélicos estudiantes ya ni pueden
aprender por sus estómagos vacíos.
Los trabajadores están acorralados entre suspensiones
masivas y condiciones feudales de labores, entre paritarias a pérdidas y
amenazas de despidos. Los comercios bajan sus persianas y las pequeñas
industrias ya no pueden ni siquiera ser pequeñas.
La alegría solo es de los banqueros, los financistas y los
poderosos empresarios dueños de casi todo. También del gobierno, que ahora son
ellos mismos. Aunque no falta la comparsa ridícula de ilusos sentenciados a
próximas expulsiones del paraíso de los perversos del Poder.
Sin embargo, pueden presentirse ya algunos ruidos
divergentes. Son sonidos sordos, todavía. Parecen murmullos, palabras al oído
entre multitudes. Son dubitativos, algo confusos, pero parecen originados por
sentimientos similares. Son seguramente incompatibles con los poderosos ruidos
mediáticos, que atraviesan con gritos destemplados las conciencias abatidas de
muchos y ponen de punta los nervios de otros tantos. Se intuyen en ellos
fortalezas espirituales a pesar de viejas historias de fracasos.
Son las voces de la incertidumbre enardecida. Los ecos de
viejas esperanzas. Los retumbos de nuevos desafíos. Son la necesaria rebelión
por la injusticia de ver el hambre provocada y el trabajo perdido. Las señales
precisas que frenen el despojo a los propietarios de ya casi nada y la entrega
traidora a los pretendidos dueños de las vidas ajenas.
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