Alguna vez, Sarmiento dijo que “Hay que educar al soberano”. Su intención parecía certera en lo
conceptual. Pero la frase está incompleta, ya que antes decía que “un pueblo de ignorantes elegiría
gobernantes como Rosas”. Comienza ahí a desnudar su real propósito, al
manifestar su repudio por quien fuera un líder popular defenestrado hasta el
hartazgo por la historiografía oficial.
Para el “maestro
inmortal” no había límites para sus odios de clase, lo cual se demuestra
cuando manifiesta, muy suelto de cuerpo, que “Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes:
clase gobernante. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de
verse en nuestra Cámara de Diputados y Senadores ni gauchos, ni negros, ni
pobres”.
Herederos de aquella bestialidad oligárquica, pero con muchas
menos luces intelectuales, los integrantes del equipo gobernante (que ya
demostró que no es el mejor de los últimos cincuenta años), han generado un profundo
retroceso en el sistema educativo nacional, destruyendo un virtuoso proceso de
empoderamiento social de la formación de las nuevas generaciones.
Programas desactivados, proyectos dejados de lado, becas
reducidas, presupuesto disminuido, privilegios para escuelas privadas, docentes
empobrecidos y edificios en abandono, son parte de sus acciones dirigidas a
terminar con la universalización de la educación y su extensión a la totalidad
de la población y el territorio.
El largo conflicto gremial, cuya duración también forma
parte de la estrategia de desgaste del gobierno elitista y sarmientino de Macri
y sus amigos, ha puesto sobre la mesa estas regresiones a los tiempos donde el
acceso a la escuela era más una necesidad alimenticia que educativa. Y hasta
eso ha disminuido, al brindar cada vez, menor calidad nutricional en los
comedores escolares.
Las universidades son las peor tratadas por este proceso de
escasez presupuestaria, sobre todo las creadas más recientemente, pobladas por
juventudes de los sectores sociales a los que Sarmiento aborrecía, mientras
aseguraba, ya entonces, que "Si
algo habría que hacer por el interés público seria tratar de contener el
desarrollo de las universidades...”
Todo conduce nuevamente al “padre del aula”, a sus repugnantes máximas clasistas, a desconocer
la existencia misma de los otros, en tanto partes de una pobreza que no
eligieron, fruto siempre del desenfreno neoliberal, de la timba financiera
elevada al rango de política económica y del desprecio absoluto por quienes
sostienen y construyen las fortunas mal habidas de estos descendientes de
estirpes logradas, tal como gustaba Sarmiento, sin ahorrar sangre de gauchos e
indios.
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