Imagen Diario Registrado |
Parece ya una moda ese tipo de ataque policial consistente
en tomar del cuello a las personas para inmovilizarlas. Con un delincuente, tal
vez in fraganti, se puede ver como un
acto justo para evitar la continuidad del delito o males mayores hacia otras
personas. Sin embargo, lejos de estos heroísmos, se reproducen en los últimos
tiempos estas acciones brutales contra los, físicamente, más débiles
integrantes de nuestra sociedad.
Así, hemos podido ver cómo gruesos policías han tomado por
el cuello y arrastrado por el piso a mujeres, adolescentes y niños, con furia
desmedida y brutalidad crispada. Sin importar circunstancia ni relevancia de
las acciones que hubieran estado realizando estas personas, atacan con saña y
sin pudor para demostrar, en todo caso, su poder sobre el resto de la sociedad.
También parece que los límites establecidos por las leyes
han sido olvidados, cuando escuadrones de robocops se introducen en
establecimientos escolares y universidades, armados hasta los dientes, sin
respetar convención alguna establecida para preservar la seguridad real de
alumnos y docentes.
Meter miedo es, sin dudas, el objetivo final. Asegurar el
predominio de sus poderosos mandantes sobre todos nosotros es la evidente orden.
Evitar expresiones populares manifestadas libremente ha sido el camino elegido
siempre por los gobernantes ineptos, que no gobiernan sino que avasallan, que
no ejercen sus funciones para quienes los eligieron, sino para quienes los
sostienen con los hilos de una indignidad titiritera.
Al frente de los ministerios o secretarías que se ocupan de
la mentada seguridad se encuentran, casi siempre, personajes de escasas
neuronas pero sobradas prosapias antidemocráticas, por decirlo suavemente. Son
los ámbitos ideales para las brutalidades que emanan de sus mínimos talentos,
transformados ahora en casi dueños de las vidas de quienes debieran proteger de
los verdaderos delincuentes, que resultan ser, más veces que lo que pudiera
esperarse, sus lucrativos cómplices.
La destrucción económica de la Nación continúa su
vertiginoso camino. Las pérdidas de derechos sociales se profundizan
inexorablemente. Las reacciones populares, lenta pero progresivamente,
comienzan a reflejar el empobrecimiento y la paralización productiva. “Algo
habrá que hacer”, dirán los empresarios con patente de ministros, con tal de no
perder sus miserables ventajas. Y ahí están las respuestas: perseguir, intimidar,
ahorcar, golpear y, llegado el caso… algo más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario