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Kinesiólogos que prestan servicios a los afiliados de PAMI
en Salta, decidieron dejar de hacerlo porque, por el nuevo sistema por cápita
impuesto por el actual gobierno nacional, pasarían a cobrar ¡57 centavos por sesión!
No es una broma pesada, es la realidad de la “revolución de la alegría”, que
está traspasando los más elementales límites morales en esto de la atención de
la salud.
Basta recordar la desaparición de centenares de medicamentos
en las listas de los que se entregaban gratuitamente a los jubilados, sumado a
la exorbitancia de sus precios en farmacias, para corroborar que los negocios
predominan con creces frente a las necesidades más elementales de la población.
Es que esto de la “atención de la salud” es, en realidad, el
enorme negocio de la prestación de servicios sobre las enfermedades, donde la
concentración empresarial cada vez es más estrecha y dominante, al tiempo que
los efectores públicos son desabastecidos proporcionalmente. Pocos grupos
empresarios manejan el “mercado” de la enfermedad, con aparataje exclusivo y
hotelería de internación de apariencia lujosa, donde van quienes pueden aportar
a obras sociales y pre-pagas.
Como queda en evidencia, los ataques más furiosos son contra
los jubilados, justamente quienes más requieren de atención preventiva y
curativa. Lejos de pensarlo así, los “estrategas” de medio título que se
pretenden casi dueños del PAMI, apañados por no pocos gremialistas de algunos
de los sindicatos que abundan en esa obra social tan especial, elaboran estos insanos
planes a los ya demasiado abusados viejos.
No hay maldad sin intención económica y esto es más visible
en el rubro salud. El abandono, la mala atención, los tiempos perdidos, la
falta de elementos básicos, las postergaciones, son requisitos esenciales para
los sucios negociados que se intuyen pero no se investigan, aprovechando tamaña
herramienta y presupuesto para beneficio de muy pocos “vivillos” del Poder.
Tan lejos de Carrillo como de Oñativia, quienes manejan el
sistema sanitario nacional, cual simples administradores de empresas, solo comercian
y transan, detrás de miserables objetivos reñidos con las más elementales
normas éticas. Debajo, muy por debajo de
esas mortales decisiones, los jubilados van de ventanilla en ventanilla,
buscando respuestas que nunca encontrarán detrás de esos mostradores de la
exclusión, barreras infranqueables hacia una salud que no podrán tener, por decisión del siniestro “dios
mercado”.
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