Por Roberto Marra
Un grupo de personas bien intencionadas, estudiosos y militantes activos de sus ideas, difusores por medios minoritarios de sus posturas sobre la realidad social, económica, política y cultural, puede resumir todo su posicionamiento ideológico en un programa de gobierno para ofrecerlo como alternativa a quienes deseen cambiar absolutamente esa realidad. Pero a partir de allí, se presenta un problema que puede transformarse en el freno fundamental y definitivo a esa intención: la existencia de una sociedad atrapada por un relato tan falso como efectivo, desarrollado para generar sentidos negativos hacia determinadas ideologías, abonado por la ignorancia y el embrutecimiento previo de la población, efectivizado por los medios hegemónicos, el sistema educativo formal y el chantaje económico.
Podemos saber qué hacer cuando se es gobierno, pero resulta muy difícil elaborar estrategias efectivas para enfrentar el hecho dramático de una sociedad atravesada por la miseria espiritual más profunda, el desprecio a los paradigmas solidarios, la negación de lo evidente en nombre de la salvación individual. Es manifiesto que la reacción primaria a cualquier cuestionamiento a los padeceres cotidianos de esas mismas personas, será tomado como una intencionalidad captora de sus voluntades para beneficio de la ideología manifiesta o de quienes imaginan como líderes de esas propuestas, odiados por elección asumida como propia, pero de raíz ajena a sus intereses.
Más aún, asumen como “sus intereses” a los de los verdaderos autores de esta masacre social en la que subviven. Sus utopías se reducen a parecerse a sus amos ideológicos, sus horizontes se limitan a no ver a los despreciados pobres de toda pobreza, a la desaparición de las villas miserias detrás de algún paredón que las oculten, a no sentir siquiera rasgos de la cultura del lugar donde nació, utilizando términos de la lengua de su “patria” alternativa, ese imperio que le ha solidificado su razonamiento hasta transformarlo en una piedra sin filosofía.
Las trabas para un programa alternativo de gobierno no culminan allí. Existen las del propio “palo”. Dirigentes, dirigentuchos, líderes o mandamases varios de agrupaciones políticas que dicen referenciarse en la misma ideología de quienes presentan dicha nueva propuesta, asustados por la probable pérdida de sus pobres preeminencias, serán los primeros en señalar errores, marcar diferencias doctrinarias, u oponerse sin otra razón que “lo inoportuno” de la presentación. Tambaleando entre la ideología y la conveniencia personal, terminan cayendo siempre para este último lado, destrozando al que considerarán, desde ahora, como un enemigo fatal para sus perspectivas de crecimientos oportunistas.
Piedras y más piedras en el camino avizorado como probable método hacia una victoria popular en serio. Muros de semánticas perversas levantados para impedir cualquier otra cosa que no sean los intereses sectoriales, empobreciendo toda discusión y atravesando el futuro con la negativa permanente. Hambrientos y llenos negando por igual la posibilidad de otra vida, el desarrollo de otra Nación, la gestación de otra Patria. Y esclarecidos asumiendo, por enésima vez, la necesidad de construir otras formas, otra didáctica comunicacional, otro esfuerzo militante para hacer ver lo que estalla ante los ojos abiertos de los que no quieren ver.





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