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Después de todos esos años pasados, de importantes
acercamientos y re-alineamientos políticos y económicos, parecía que el sueño
original de la Patria Grande se estaba por convertir en parte del acervo
cultural de todos nosotros, abandonando la vieja y sucia visión sobre el resto
de Nuestra América.
No pasó así, al menos no del todo, ni en todos. Las
estigmatizaciones hacia los originarios de otros países de Latinoamérica siguen
atravesando profundamente los pensamientos de una mayoría escondida detrás de simulaciones
que no alcanzan a ocultar los desprecios que se manifiestan en gran parte de la
población.
Además de las palabras ofensivas y degradantes para
referirse a nuestros hermanos continentales, está la creencia de una
superioridad hacia ellos que solo puede generarse en la herencia europea de
ciertos sectores que, perseguidos en sus tierras tanto como los aborígenes
aquí, trataron de mimetizarse con la cultura de la oligarquía argentina para
escapar a las propias infamias con las que estos les agredían.
Todo muy comprensible, desde lo psicológico y sociológico.
Pero pasaron muchas décadas de aquella inmigración, y las mismas actitudes
continúan alimentando esa cultura reaccionaria de los argentinos. Basta recorrer
las redes sociales, para notar la agresividad hacia bolivianos, paraguayos,
uruguayos, brasileños, peruanos, chilenos y de cualquier otra parte de nuestro
continente. El proverbial “cancherismo” argentino aparece allí, en toda su
dimensión provocativa, encubierta en una pátina de un humor que no lo es, en
tanto se basa en la negación del otro como igual.
Párrafo aparte para los medios de comunicación masivos,
principales formadores de opinión de las mayorías. Sus visiones sesgadas,
basadas casi exclusivamente en informaciones de las agencias del amado “primer
mundo” (al que representan con tanta complacencia), terminan por alimentar esas
actitudes xenófobas, siempre, eso sí, escondidos tras una retórica de miserable
hipocresía pseudo-demócrata.
Existe otra forma de desprecio a nuestros compatriotas
continentales. Los estigmas sobre los gobiernos populares de Nuestra América
son aceptados como realidades, sin escuchar sus palabras jamás, sin estudiar
sus historias ni verificar un solo dato que corrobore tanta “sanata” publicada
a instancias del Imperio. Ahí están todos: los que odian, los que dudan, los
que mienten, los que aceptan. Ninguna realidad les importa, porque el objetivo
jamás es la verdad, sino parecer lo que no se es y pertenecer a un mundo que nunca
los recibió ni los recibirá como sus iguales.
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