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El
árbol de la bestialidad tarifaria forma parte indisoluble del bosque
de la discriminación y la inequidad. El gobierno de los
“cambiadores”, atentos y eficaces alumnos del Fondo y el Imperio
que lo sustenta, muestra a cada paso (y con cada palabra) su
verdadera cara, feroz e implacable con los débiles; atenta y
solícita con los intereses de los poderosos, que son ellos mismos y
sus socios.
Con
argumentos extraídos del manual del antipopulismo extremo que
practican, insisten con sus prédicas contra cualquier medida que
acerque un poquito, tan solo, de justicia social. Sus insistencias
contra los subsidios a las tarifas, que se aplicaban para solventar
el acceso a mejores condiciones de vida a los sectores de menores
ingresos, solo refieren a las que llegaban a esa población.
Sin
embargo, defienden con fervor las subvenciones que desde la
ciudadanía se les otorga a las empresas (casualmente, de sus
socios), a través de estos aumentos delirantes, que solo han sido
posibles gracias al lavado cerebral previo de una gran parte de la
sociedad siempre dispuesta al “sacrificio”, con tal de aplastar
al “demonio populista”.
Pero
esto es solamente una parte, la del robo inmediato, la de la
transferencia directa de los ingresos hacia los dueños de la
economía. Después, concomitante con ello, salen a la luz los
objetivos estructurales, preparados para generar un País a la medida
de los deseos imperiales y las corporaciones dominantes.
De
eso habla la “gobernadora dulce”, la “Heidi” del
subdesarrollo, la conductora de un gobierno bonaerense que, sin
tapujos, expresa con descaro su pensamiento irracional sobre la
educación. En sus discursos aparecen recurrentemente los estigmas
antipopulares que, con diagramación duranbarbista, muestran al
gobierno precedente como culpable de todos los males del Universo,
por lo cual ella ha tenido que venir a poner el órden que se
necesita en una sociedad descarriada, acostumbrada a tener servicios
baratos, salud gratuita y ¡educación universitaria!
¿Cómo
un pobre puede pretender estudiar? Eso está reservado para quienes
deben hacerlo, que son los hijos de los privilegiados y de algunos
moscones que revolotean siempre por sobre los poderosos para
asistirlos en la ominosa tarea de esclavizar ciudadanos
miserabilizados.
La
labor “educadora” de la gobernadora sonriente, consiste en
derribar escuelas rurales, empobrecer a los maestros y evitar el
acceso de los pobres a la educación superior. En su perversión,
sostiene la sinrazón del retroceso educativo con ataques histéricos
contra las Universidades creadas durante la gestión anterior, que
han logrado el acceso de miles de jóvenes al sistema, otorgándoles
mucho más que un derecho constitucional.
Aquello
fue la puesta en valor de la capacidad inherente del Pueblo para
elevar sus condiciones sociales. Fue una apuesta al desarrollo basado
en la equidad. Fue el intento superior de estructurar una Argentina
donde el origen social no fuera razón para el abandono y el
desprecio.
En
el tipo de ámbitos que les gusta estar, en esos reductos de
oligarcas con pretensiones de “solidarios de mentirita” a los que
van a rendir cuenta de sus trabajos antisociales, la “gobernadora
de la felicidad” confirmó ser lo que se ocultó para sostenerla
como candidata: una profunda ignorante y una bestial opositora a los
derechos populares más imprescindibles para el desarrollo.
Cuesta
entender la insistencia de muchos “opositores”, aliviando las
mentiras de la “angelical” gobernadora con elogios que parecen
buscar protección bajo el ala oscura del Poder que ella representa,
protegiendo con alabanzas sin sustento en la realidad, justamente a
quien se presenta como sucesora probable en la profundización de la
brutalidad neoliberal, con la ridícula disculpa de la
“gobernabilidad”, ese manto impiadoso que retrasa un final
inexorable y doloroso de este proyecto destinado a terminar, para
siempre, con todos los derechos. Y también con las vidas de quienes
los reclaman.
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