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Por
Roberto Marra
El
agua
es una esencial primera necesidad para
todos los seres vivos y para la conformación de los sistemas
ambientales. El 72 por ciento de nuestros cuerpos está constituido
por agua. De ahí la necesidad de su consumo permanente, como
imprescindible manera de reponer la que perdemos por imperio de la
actividad fisiológica, lo cual nos asegura la continuidad de la
vida.
Solo
bastaría esta descripción de la realidad para terminar con la
ridícula especulación acerca del “costo” o el “precio” del
agua. Pero para el sistema económico imperante, esa clara necesidad
es trastocada por la elucubración mercantilista que a todo le impone
un valor monetario, tras el previo apoderamiento del recurso en sus
más diversas formas.
Entonces,
aquello que debiera ser considerado un derecho elemental indiscutible
(porque efectivamente lo es), pasa a constituirse en un modo más de
extorsión para otorgarnos la posibilidad de seguir vivos. Este
absurdo ha terminado por atravesar todos los conceptos filosóficos,
todas las barreras ideológicas, poniendo al consumo de este fluido
básico como pasible de ser otorgado o no, solo si se antepone el
pago de una suma de dinero.
La
“lógica” utilizada es la del “alto costo” del servicio
constituido por la captación, la depuración o potabilización y la
distribución por las redes. El Estado, que debiera ser el primordial
administrador de los bienes escasos que resultan elementales a la
hora de la protección de la vida de quienes lo constituyen y del
desarrollo virtuoso de la sociedad en su conjunto, suele
transformarse, las más de las veces, en un simple concesionante de
la cadena de acciones que permiten el acceso al agua de la población,
a cambio de lo cual las empresas que toman a su cargo las mismas,
terminan por imponerle un “precio” al líquido, el que solo tiene
en cuenta los intereses de esas concesionarias privadas.
Cuando
la empresa que toma a su cargo la prestación de este servicio es
estatal, aunque parezca inverosímil, también ejerce el mismo tipo
de especulación mercantilista para otorgarnos la posibilidad de su
uso, dando por tierra con el precepto básico acerca de la potestad
soberana del Pueblo sobre todos sus intereses y la satisfacción de
las más elementales necesidades de la Nación en la que se han
constituído, a través de su herramienta administrativa, que no es
otra que la del Estado.
Este
Mundo al revés, fabricado de ex-profeso por los malechores que
generaron el sistema capitalista y aun más en esta etapa neoliberal
en pleno desarrollo, hace que los ciudadanos, lejos de entender su
derecho al acceso al agua, vean con cierto grado de lógica la
obligación de pagar por su consumo. Pagar para apagar la sed, pagar
para eliminar la suciedad, pagar para cocinar los alimentos, resulta
“natural” a la hora del reclamo de las facturas del único
líquido que permite la vida en este Planeta.
Solo
se quejan del precio de las facturas, de los aumentos exorbitantes
que los mercaderes de la Rosada y sus socios empresariales les
quieren obligar a pagar. No se hace carne (todavía) que se trata de
un recurso que no puede tener dueños privados. Que no es posible
admitir que para satisfacción de esos pocos energúmenos, se les
prive de sus derechos a millones de personas dependientes de un
servicio cuyo costo, paradójicamente, no tiene precio.
La
pobreza, la miseria, el abandono, son el resultado “natural” de
la barbarie en desarrollo. Lo que antes pudiera parecernos imposible
de avasallar, los actuales ladrones del Estado lo atropellan con una
aplanadora de derechos que terminó hasta con los conceptos mismos
que les dieron orígen. Los ciudadanos solo son considerados números
necesarios para solventar sus bestialidades tarifarias, afanosos por
llevarse todo antes de la más que segura debacle a la que nos
conducen.
Se
hace, entonces, imprescindible pensar otros conceptos sobre los
servicios que, de tan elementales, no pueden seguir inscriptos en el
vulgar mercado que pareciera que todo lo debe contener. Una nueva
visión sobre cada uno de ellos y la importancia que tienen sobre la
vida y el desarrollo con justicia social, deberán ponerse en
consideración por quienes, tarde o temprano, pretendan ejercer la
representatividad de una sociedad que ha sido desconcientizada de sus
derechos por los dueños de un Poder que es capaz de quitarnos todo,
hasta el agua de nuestros cuerpos.
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