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La
batalla por el Poder tiene una variable muy importante a la hora de
generar adhesiones en la población hacia los postulados y las
figuras que los representan. La instalación de los temas de los
cuales se pretende que se hable, es parte fundamental del arsenal de
que se dispone para influir en las conciencias (y también en los
inconscientes) de los electores. El manejo de la información
resulta, entonces, demasiado relevante para dejarlo solo en manos
interesadas en mantener el “status quo”.
Pero
justamente (aunque en forma injusta), así es en la realidad: un
sistema oligopólico de comunicación es quien determina de qué y
como se habla. Es quien decide la relevancia de las noticias, marca
esa famosa “agenda” que contiene el listado de temas sobre los
cuales hay que expresarse, casi en forma obligatoria, merced a la
campaña que desatan cada día para acaparar los pensamientos
positivos hacia sus entronados pseudo-dirigentes.
Su
éxito ha sido indiscutible y está a la vista. Un notable porcentaje
de los ciudadanos está retenido en esa maraña de falsedades
emitidas como certezas absolutas, llevándola al odio hacia quienes
les otorgaron derechos y preferir a quienes se los quitan. No es la
primera vez en la historia que esto sucede, pero resulta
especialmente difícil explicar la repetición de lo mismo, ampliado
y profundizado por efecto de la capacidad de “fuego” que han
adquirido los proveedores mediáticos.
Tal
ha sido el nivel de envilecimiento de los hechos del pasado reciente
que, muchos de aquellos que lo sostenían con fervor, intentan
demostrar sus antagonismos con mayor vehemencia que los mismos
enemigos ideológicos. Buscando y rebuscando en los errores
cometidos, exaltan la relevancia de éstos al punto de superar los
pasos positivos dados en busca de la justicia social que dicen
anhelar.
Usando
la misma “agenda” que los que instalaron el odio como arma letal
para destruir no solo a las figuras más relevantes, sino a la idea
misma que los pergeñó como emergentes de aquel caos (casi)
desaparecedor de la identidad nacional, intentan mostrarse distintos
y mejores. Lo cual no estaría nada mal, si no tuviera el inmediato
correlato del “buen” servicio a quienes necesitan destrozar la
doctrina tan negativa para el establishment y sus intereses de
dominio absoluto.
Ahora,
frente al derrumbe anticipado de las falsías que sirvieron como
acicate para el cambio hacia el peor de los mundos, la “agenda”
resulta más que relevante. El contenido informativo se presenta como
fatal si no se adoptan las previsiones desde este lado de la grieta,
esa que niegan los imbéciles y que amplían ellos mismos cada día.
Hablar
de lo que ellos quieren que se hable, es profundizar las ventajas del
Poder y sus siervos mediáticos. Opinar durante horas o días sobre
temas irrelevantes para los intereses del grueso de la población,
resulta el distractivo ideal para posponer las decisiones
trascendentes para ella, dejando el manejo de nuestras conciencias en
manos de estos sucios personajes gobernantes, necesitados de tiempo
para llevar a la Nación a las puertas del mismo infierno, al punto
de no retorno que precisan para asegurar sus continuidades, aún sin
sus presencias.
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