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Gaby,
Fofó y Miliki eran tres artistas circenses españoles que ejercían
el hermoso oficio de payasos. Los Tres Chiflados fueron otros, de
origen norteamericano, que con otro formato, también llenaban de su
particular humor las pantallas. Esos dos ejemplos de comediantes
grupales nos alegran la vida cada vez que los volvemos a ver,
invitándonos a transitar por los recuerdos de nuestra niñez. Nos
permiten retroceder en el tiempo sin otro motivo que llenar el alma
de alegrías sencillas y espontáneas. Son algo así como la morada
de las pequeñas felicidades de las cuales extraer fuerzas para
soportar el peso de las calamidades que nos toque soportar.
Pero,
a no desalentarse, porque en Argentina tenemos los nuestros y son del
presente. Aunque, en realidad, debiéramos decir mejor que son la
“remake” de otros grupos similares que aparecen cada tanto en
nuestra particular historia “artística” (y económica).
Los
actuales se hacen llamar “Mauri, Totó y Nico”, verdadero trío
de actores consumados, dedicados al noble ejercicio de payasos... de
la política. Lejos de las privaciones que debieron soportar los
integrantes del famoso trío español, estos provienen de familias
poderosas, con fortunas inmensas que lograron gracias a la
intervención de otras generaciones de payasos similares, algunos
con uniformes militares y poco proclives al buen humor.
Tienen
una particularidad estos artistas politiqueros: no logran hacer reir,
solo llorar. Ni siquiera de alegría, como cuando nos
desternillábamos de risa con Larry, Curly y Moe. No, estos son
distintos, provocan desencanto, desesperación, tristeza,
abatimiento, desolación. Pero lo hacen siempre en nombre de futuras
alegrías. La risa, prometen, vendrá con el tiempo, sin asegurarnos
cuanto deberá pasar.
Muchos
aceptaron el convite a carcajadas de porvenires inasibles. Se
sumergieron en esperanzas de comicidades que siguen sin llegar. Andan
ahora resoplando sus enojos por el incumplimiento pronto de esas
hilaridades prometidas hasta el hartazgo, pero sin embargo, se
resisten todavía a aceptar que estos payasos les han engañado. Aun
con la llegada de los dueños del “Circo del Fondo”, siguen
atados a esa esperanza vana que no les deja ver la realidad que les
impide reir.
No
son nuevas las actuaciones de este trío dedicado a ridiculizar la
verdad, a parodiar la felicidad y utilizar su arma más poderosa para
cautivar las audiencias: la burla hacia quienes, lejos de sus
payasadas, lograron incluir en la risa de la auténtica felicidad a
millones de compatriotas. Son hijos y nietos de bufones idénticos
que destruyeron con sus malos chistes la vida de nuestros
antepasados. Son simples comerciantes de cachondeos fáciles y
procaces, vendedores de espejitos coloreados con la sangre y el sudor
de los que nunca ríen, porque no los dejan los que siempre lo
hicieron.
La
función está por terminar. O eso esperamos quienes no nos reímos
con sus desventuras morbosas. Ya no se soporta tanto humor pútrido
con el único fin de sacarnos hasta lo que no tenemos. Ha sido
suficiente el tiempo para descubrir las maldades escondidas tras sus
máscaras de risas miserables. Es el momento de vaciar la platea de
este circo perverso, para construir uno nuevo, donde solo actúen los
fabricantes de risas auténticas, los inventores de vidas felices,
los genuinos representantes de un Pueblo que necesita volver a reir
con la risa de la esperanza hecha realidad.
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