Cada
amanecer es diferente. Cada uno trae la novedad inaplazable de lo
diferente. Pero lo inevitable de un nuevo día es, a veces,
postergado por la porfía maliciosa de quienes se piensan superiores,
incluso ante la naturaleza. Hasta de eso son capaces los intérpretes
de las pretensiosas e inarmónicas sinfonías del dolor y el odio,
los que aplastan los deseos populares y someten a la esclavitud de
las ideas basadas en el desprecio a la razón.
La
historia de la humanidad es la historia de los enfrentamientos entre
dominadores y dominados. La libertad se convirtió así, en el objeto
del deseo más preciado por los embestidos por quienes parecen
poderlo todo, solo hasta que se descubre que existen resquicios en
las paredes de sus tiranías por donde trepar hasta saltar por encima
de ellas y terminar con sus postergaciones.
La
diferencia la hacen los intérpretes de esta obra eterna que alterna
entre drama y comedia. La aparición de los sentimientos libertarios
de los pueblos necesita de actores principales, esos que trazan una
raya entre el antes y el después, los que marcan el camino y
determinan los tiempos y los modos. Son los imprescindibles hacedores
de las conciencias, creadores de utopías sin fronteras, inventores
de proclamas de objetivos ciertos, conductores leales de los
oprimidos y verdugos implacables de los opresores.
Entonces
aparecen un Belgrano, un Moreno y un Castelli. Entonces la palabra
libertad retoma su sentido auténtico y elude la apropiación
miserable de su significado por los traidores y los temerosos. Es el
momento de la creación infinita, del desparpajo de los valientes,
del despertar de las ideas y de los pueblos, únicos hacedores de las
verdaderas revoluciones. Es el cambio de época que eclosiona en un
amanecer distinto, una primavera en pleno invierno, el florecimiento
de una nueva cultura.
Claro
que habrá quienes intenten nublar esa esperanza recién nacida.
Hasta podrán, incluso, postergarla por décadas y siglos. Pero la
semilla estará allí, en el humus fértil de una Patria que no ha
terminado de nacer. Estará en el alma de los buenos hombres y las
buenas mujeres, los sencillos albañiles de una construcción que
derribaron tantas veces como fue reiniciada, porfiados actores de la
bicentenaria “ópera prima” que no admiten que le bajen el telón
a la ilusión de un nuevo día. Tal como en aquel Mayo portentoso,
donde asomó, casi imperceptible, el cálido sol de la libertad. Ese
mismo que ahora, tenemos que reconquistar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario