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Credibilidad.
Desregulación. Previsibilidad. Estas palabras están siempre a flor
de boca de cualquier neoliberal que se precie de serlo. Son parte de
su credo falaz y antipopular, presentado como única alternativa
frente al “desborde” populista que les impida a actuar a su
antojo para elevar sus beneficios. Son otras zanahorias para atraer a
los imbéciles siempre prestos a creerse parte del banquete al que
nunca serán invitados, como no sea para acompañar como claque los
triunfos de los dueños de casi todo.
Y
así, el mismo día en que se vota en la Cámara de Diputados un
proyecto de Ley para retrotraer las tarifas a los valores de algunos
meses atrás, también se aprueba la llamada “Ley de financiamiento
productivo”, otro caballo de troya introducido entre las Pymes, con
el sirénico canto de las promesas de financiaciones que solo serán
más facilidades para las transacciones espúrias de los poderosos.
Gran
parte de los mismos diputados que aprobaron el retroceso tarifario,
votaron esta reforma que también retrocede, pero hacia la
liberalización aún más marcada de los que todo lo manejan en el
ámbito financiero. ¿Puede alguien creer en el interés del
impresentable diputado Amadeo por ayudar a los pequeños empresarios,
cuando su gobierno ha logrado hundirlos en el peor de los mundos
improductivos? ¿Se puede ser tan crédulo ante los que desarrollan
políticas que destruyen el consumo con la misma alegría con que
desactivan los programas de sostenimiento social de los más
vulnerables?
El
mismo día en que la espiral de la decadencia se aceleró con el
anuncio de la súplica al FMI para lograr uno de esos salvavidas de
plomo que acostumbran a tirarles a los que más genuflexos se
manifiestan ante ellos, se levantaron prestas las manos para asentir
el despojo previsible a los ¿desprevenidos? pequeños empresarios,
argumentando facilidades de acceso a créditos que terminarán por
empujarlos al vacio de la desaparición.
“Hay
que ser serios”, dicen los acostumbrados mercenarios de la
politiquería que pululan por el Congreso. “Tenemos que apoyar lo
que está bien y rechazar lo que está mal”, cotorrean ante las
cámaras disfrazadas de “periodismo independiente”, para regodeo
de los perversos ocupantes de la Rosada. Verdades (o mentiras) de
perogruyo que sirven para alejar de la existencia real a las
mayorías, enfrascadas solo en sobrevivir en el caos económico de
los que vinieron a salvarnos del monstruoso populismo.
Los
eufemismos están a la orden del día. Las parodias tribunalicias se
han hecho costumbre. Los argumentos culpabilizadores hacia los
antecesores son la única versión de la realidad que inventan los
“cambiadores” para permanecer un tiempo más al frente de la
destrucción de una Nación que la sienten su propiedad privada, por
lo que no les cuesta nada venderla al mejor postor imperial.
El
convidado de piedra es el Pueblo. Todavía desperdigado, perdido ante
tanta inoperancia dirigencial, no termina de reaccionar unido frente
al robo descarado del que es víctima. La “gente”, en tanto,
sigue obnubilada con las promesas de quienes les alejaron a los
“negros” de sus falsas prosapias aristocráticas, vendiendo lo
que les queda para no admitir sus propias culpas empobrecedoras.
Mientras,
en algún despacho de Washington, un par de corruptos evasores nos
ponen ante las fauces del monstruoso Fondo, regalando soberanía al
peor postor, sobándole el lomo al amo para el que trabajan,
suplicando la miserable moneda de la dominación eterna y vaciando el
futuro de millones de personas. Y encendiendo la mecha de la bomba de
su propio final.
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