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Una
caricatura es una representación de la realidad en la cual se
exaltan determinadas características que, quien la hace, considera
relevantes para explicar algo sobre esa figura. Es una de las formas
más desarrollada de la conceptualización de determinados hechos o
personajes, que muchas veces también sirve para motivar reacciones
hacia ellos por parte de quienes la miran. No son inocentes las
caricaturas, ni siquiera las dedicadas a los niños, que suelen
formar parte de esa andanada de herramientas de dominación cultural
que utilizan desde el Poder.
No
necesariamente debe ser un dibujo la forma de caricaturizar a alguien
o a determinados hechos o situaciones. También el relato escrito o
las imágenes reales, bien editadas, pueden ser herramientas útiles
para expresar lo que se quiera. La ideología la atraviesa siempre,
es la base que genera el proceso de representación. Desde allí en
adelante se producirá el traslado del concepto que se intenta
inculcar a los millones de lectores de esas parodias de lo real.
Esta
es la forma en que el Imperio decadente de hoy en día viene
trabajando para convertir a sus adversarios ideológicos en seres
detestables, ridículos, abominables para las mayorías idiotizadas
por medio de la organización de las mentiras en un relato construído
en base a falsedades convertidas, al menos, en dudas permanentes.
Así
han logrado convencer acerca de los “terribles males” sufridos en
cada uno de nuestros países del Sur a los eternos incautos, esos que
parecen gozar con la ignorancia, convertidos en las balas impensantes
e imprescindibles para matar al “monstruoso” populismo. Las
descripciones ridiculizantes de los líderes populares están a la
cabeza de las acciones imperiales, que cuentan con la colaboración
inestimable de los “periodistas” del Poder y sus diatribas
diarias sobre esas personas a las que intentan deshonrar con cada
palabra.
Así
ha pasado con el proceso llevado adelante por Hugo Chávez en
Venezuela. Él fue el blanco predilecto de la estigmatización
imperial y de sus acólitos locales y continentales, esos miserables
escribas de los poderosos dedicados a desgastar y destruir a ese
líder desde su aparición misma. Mil intentos de derrocamientos sin
éxito y hasta su propia muerte, no alcanzaron todavía para destruir
ese camino emprendido por el Pueblo que lo acompañó masivamente.
Ahora
es a su sucesor Nicolas Maduro a quien caricaturizan a su antojo,
mostrándolo como un “dictadorzuleo bananero”, similar a esos que
el Imperio siempre ha tenido en Centroamérica para apropiarse de sus
riquezas. Recortando y editando, valiéndose de las peores formas de
degradación humana hacia él y sus seguidores, nos bombardean (vieja
costumbre imperial) con realidades virtuales acomodadas a sus
intereses de saqueo que el actual gobernante les impide concretar.
Los
“reyes de la democracia” pretenden darnos lecciones de respeto a
las instituciones, destruyéndolas. Abogan por libertades que ellos
cercenan a su antojo por todo el Mundo. Hablan de “derechos
humanos” los mismos que matan a millones de personas con sus
guerras y su capitalismo rapaz.
Los
chupamedias de turno de cada Nación ahogada en pobrezas y miserias,
les sirven para acompañar esa campaña de demonización, tan
necesaria para mantener la esperanza de derrocar a su peor enemigo
del momento. En nombre de sus “amadas” democracias de papel
glacé, son capaces de matar de hambre a todo el Pueblo venezolano,
hasta lograr expulsar la palabra Revolución de sus cabezas y
terminar con la construcción de una felicidad que Chávez logró
demostrarles que era posible conquistarla.
No
es un lecho de rosas nuestra Venezuela. No es un lugar donde su
gobierno no se equivoque nunca o no haya corruptelas. Tampoco se
podría pretender otra cosa en un País acostumbrado a un sistema
rentista que se conceptualizó en cada uno de sus habitantes como la
única forma de sobrevivir, gracias a la sucia tarea de los
caricaturistas del Poder.
Pero
es una realidad que ilusiona con otro camino. Es un proceso de cambio
que recién comienza, a pesar de sus casi 20 años. Es el puntapié
inicial que dio ese gran hombre de la sabana venezolana, adalid de
victorias increíbles y promotor de luchas superiores, líder
continental que generó, como todos los grandes hombres de la
historia, pasiones encontradas y certezas innegables.
Ahora,
cuando en otra elección se juega el destino de ese Pueblo, suenan
nuevamente los ruidos de los invasores al acecho. Vuelve la metralla
de palabras e imágenes falsas de un imperio que se resiste al
destino que la historia le tiene preparado. Regresan los idiotas a
ser idiotizados por otros idiotas limitados, gozando de la mentira
organizada para convertirlos en las balas que maten la utopía en
marcha y se ilusionen con una victoria que les haga creer que serán
parte de un triunfo, que sería solo el preámbulo de sus propias
derrotas.
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