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“Somos
mucho más que dos”, dice Mario Benedetti en uno de sus más
populares poemas. Una descripción que cabe para valorar la magnitud
de las multitudes reunidas en las manifestaciones realizadas en esta
época por quienes entienden el momento que les toca vivir, las
razones que provocan sus males y las necesidades que se derivan de
ellas. Son cantidades, pero también calidades de ciudadanos,
atravesados por las historias que ya soportaron o les contaron,
suficiente conocimiento para temer lo que se viene si no se reacciona
a tiempo.
A la
espontaneidad de esas rebeldías lógicas, no logran acoplarse con la
misma celeridad los dirigentes, algunos de los cuales cabalgan sobre
los reclamos populares obligados más por el empujón de las masas
que por sus convicciones tantas veces enlodadas en espúrios arreglos
cupulares. Los más astutos avizoran el fin de sus liderazgos si no
se avienen a sostener las protestas poniéndose al frente de ellas.
Los otros, simplemente se hunden todavía más en los brazos del
Poder que los soborna.
Pero
están los auténticos, los que nunca flaquean ante los poderosos,
los que jamás entregan sus convicciones por el miserable oro
prebendario de los despóticos corruptores. Casi nunca reconocidos
por los propios beneficiarios de sus luchas, pocas veces escuchadas
sus palabras de advertencias, apartados de los mandos de las
organizaciones a las que intentan autentificar con sus acciones.
Mil
veces mencionados como corruptos, maldecidos por los mismos
usufructuarios de sus actuaciones, embarrados por los medios con
historias tan descabelladas como embaucadoras de las conciencias, son
corridos de la escena para evitar sus inteligencias, para destruir
sus influencias y terminar con sus legados.
Increíblemente,
a esos empujones de los avaros del Poder y sus lacayos más cercanos,
se les suman algunos temblorosos obsecuentes de otros tiempos, de
cuando los líderes ahora vilipendiados estaban en su apogeo. Son los
que estaban escondidos detras de máscaras de falsedades, disfrazados
monigotes trasvestidos como lo que nunca serán, acurrucados bajo el
ala protectora de quien sea, con tal de mantener sus hipócritas
prebendas.
Ahora,
ante el avance impiadoso de los ladrones de la historia, comienzan
sus acercamientos a los rincones donde el Pueblo busca converger para
barrer la basura neoliberal que lo sojuzga. Otra vez tiran las líneas
para pescar en el revuelto río de los movimientos populares.
Enseguida se presentan como la cara “sana” de la política
opositora, los “auténticos” representantes de las ideas que
siempre traicionaron.
El
engaño solo puede funcionar por la aceptación de los engañados. La
repetición de los sucesos debiera actuar como antídoto eficaz
contra esta “malaria” politiquera que provoca la mortal fiebre
del desprecio hacia la verdad y el odio a sus más lúcidos
defensores. Una verdad que, aunque no sea única, es la congruencia
de las que andan desperdigadas en los miles de esperanzados
manifestantes que, “codo a codo”, sienten la voz del poeta
soñando que “la gente viva feliz, aunque no tenga permiso”.
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