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Cualquiera
puede entender que, por estos tiempos, cuando se atraviesan momentos
dramáticos en la vida de los pueblos, donde la debacle económica
genere la profundización de la pobreza y la miseria, donde la
producción pasa a ser solo una palabra de adorno en los discursos
malintencionados de los ¿dirigentes? que gobiernan, donde el futuro
se torna nublado y oscuro (y hasta imposible), resulta lógico hablar
de unidad por parte de quienes conservan todavía la razón y el
espíritu necesarios para comprender la realidad y lo imprescindible
de su urgente modificación.
Pero
en esas comprensiones aparecen también algunas incomprensiones o, si
se profundiza, en algunos casos serán especulaciones, esas que
llevan a tratar de imponer sobre los convocados a la unidad sus
propios pensamientos como exclusivos e inconmovibles. “Unámonos
para hacer lo que yo digo”, sería la frase que los resume.
Peor
todavía, en nombre de esas necesarias unidades, se insiste en
convocar a personajes con pasados nefastos, apostadores permanentes a
la “banca” del Poder Real, viejos amañadores de circunstancias
para beneficios propios o de su grupo reducido de influencia.
Al
mismo tiempo, con pertinaz contradicción, se habla muy mal de
personas u organizaciones de objetivos confluentes, objetando su no
pertenencia al exacto ideario de los convocantes, alejando la suma de
grupos con verdadera vocación unitaria y líderes de gran capacidad
intelectual y moral, capaces de contribuir, desde sus diferencias
menores, a la construcción de un movimiento capaz de derrotar al
enemigo gobernante.
Subyace
siempre, detrás de esas raras dialécticas entre unidad y rechazo a
quienes desean unirse, un desprecio, una negación clara y
contundente hacia la conductora de un espacio político que, a pesar
de los años de estigmatización y odio inyectado en la sociedad,
conserva un liderazgo ganado a fuerza de hechos concretos y firmeza
ideológica. Es su presencia la única que estos porfiados “unidores”
no quieren. Es su capacidad intelectual la que no soportan y es su
género el que les molesta en extremo.
Así
son los pretendidos “verdaderos intérpretes” de la ideología
desde la que convocan, histriónicos representantes de una doctrina
que han convertido en dogma, quieta, rígida, congelada en un pasado
que pretenden repetir sin adaptarlo al paso del tiempo y los
escenarios sociales del presente. No lo hacen por ignorantes o
brutos, sino para demostrar, a través del “envase” acartonado de
aquel pensamiento primigenio, una pertenencia mayor que la de los
señalados como desviados del rumbo original.
Los
“unidores” andan mostrando sus blasones “peronistas”,
convocando a quienes no actuaron nunca “combatiendo al capital”,
ni tuvieron en cuenta “los principios sociales”, ni trabajaron
jamas para que “reine en el Pueblo el amor y la igualdad”. En sus
encendidas proclamas gritan desaforados para no escuchar y ocultar
las “prosapias” de los horribles figurones invitados, que
pretenden todavía ser líderes de un ideario al que siempre
despreciaron con sus actos.
Tanta
enjundia discursiva contra otros miembros de ese Movimiento que dio
vuelta la historia argentina, solo parece tener el objetivo de
señalar y mancillar a quienes, con honestidad, sostienen las
banderas sumando conocimientos que acrecientan la calidad doctrinaria
que les dieron origen.
Y
aunque pueda admitirse que se trata solo de arrogantes personalidades
que no admiten las superioridades de otros (¡un psicólogo ahí!),
como corolario, terminan siendo utilizados como “caballos de Troya”
para la implosión del concepto mismo de Justicia Social, que el
Poder tanto ansía destruir para perpetuar su mezquino y perverso
dominio.
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