Por Roberto Marra
En
1523, el entonces rey de España Carlos 1°, estableció que los que
ellos denominaban “indios”, los Pueblos originarios de América,
debían pagar un tributo a la Corona por el solo hecho de ser
habitantes de estas tierras. Formó parte de los métodos que fueron
adoptando para la explotación de esta mano de obra barata y del
aprovechamiento ilimitado de su fuerza de trabajo por los
conquistadores y el Imperio.
En
1811 fue derogado ese tributo. Pero la realidad dista siempre de las
intenciones de quienes sueñan una sociedad mejor. Y no tardó mucho
en llegar esa famosa “conquista del desierto”, que no fue
conquista, ni fue en un desierto. Solo se trató de otro método más
de avasallamiento de derechos ancestrales y apoderamiento de las
tierras por parte de quienes se consideran, desde entonces, los
dueños de esos territorios robados a sangre y fuego.
Allí
comienza a conformarse esa grieta tan cacareada por los falsos
analistas de la realidad televisada, que es concreta y se amplía
cada día más, gracias a las políticas económicas y sociales
regresivas que se están aplicando, ahora también manchadas con
sangre de Pueblo.
Tal
como entonces hizo la corona española, ahora los Benetton y los
Lewis pretenden justificar sus expansiones territoriales con la
estigmatización de los Mapuches, como antes se concretó con tantas
otras etnias.
Convertidos
en parias en sus propias tierras, perseguidos y sometidos a
crueldades deshumanizantes, se inventan, además, fantasiosas
leyendas sobre intenciones separatistas inexistentes y conexiones con
terroristas, que no por ridículas dejan de ser aceptadas por una
gran porción de la población tv-dependiente.
Inútil
mostrar con detalle los robos territoriales de los extranjeros y las
vilezas de los jueces y los gobernantes de los lugares avasallados,
proclives a la sumisión sin límites ante los nuevos “amos”.
Inútil porque aún a sabiendas del robo y los métodos abusivos,
muchos prefieren sentirse cerca de una clase de la que esterilmente
aspiran formar parte.
Son
los descendientes ideológicos de aquel enaltecido personaje de la
historia mitrista, el “padre del aula”, que decía sin tapujos:
“Por los salvajes de América
siento una invencible repugnancia... Se los debe exterminar sin
siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al
hombre civilizado”.
Ahora
mismo se está cumpliendo con su inmundo deseo, señor Sarmiento.
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