Por Roberto Marra
La “guerra” contra el Pueblo ha sido estrictamente ejecutada bajo una premisa de dominación cultural, antes que de cualquier otro tipo. Las batallas perdidas en ese ámbito sirvieron para el retroceso social más espantoso que se registre. Los tanques de pensamientos retrógrados han logrado mucho más que las balas de otros tiempos, gestionando un universo de neuronas invertidas en sus sentidos, convirtiendo a las víctimas en soldados de la causa de sus propias destrucciones.
No, no es el perverso habitante de una casa de gobierno que diseña tales políticas de agresiones asumidas como necesarias por gran parte de los damnificados. Tampoco se trata de invenciones de sus ministros “estrellas de la economía”, dedicados antes a darle las herramientas a los poderosos que evaden fortunas, eluden al fisco y se ríen del tendal de miserables que dejan sus acciones.
La metodología de esta guerra está sustentada por el imperio, donde se asientan los verdaderos “focus group” que elaboran los criminales actos antisociales que padecemos, tanto como los pueblos de otras naciones. Su dominación mediática, previo paso fundacional de sus poderíos culturales, ha hecho la labor racional de imantar los cerebros de millones para cooptar sus voluntades y dirigirlos hacia el abismo del desconocimiento de la realidad. La verdad ha desaparecido de la escena cotidiana, salvo que se la busque con gran esfuerzo por parte de quienes todavía se resisten a la dominación brutal de sus anhelos.
Tales son las dimensiones del aprisionamiento de las consciencias, que hasta algunos liderazgos populares ceden ante el poderío de este enemigo, al que se le termina cediendo la iniciativa y la agenda cotidiana. Parece haberse levantado una muralla que evite el paso de los pensamientos que, elaborados hace décadas, aún mantienen sus valores relativos ante la maldad constituida en la actualidad como supuesta “única alternativa”. Y lejos de asirse de aquellas osadías fundantes de una Nación soberana, libre y justa, se bajan los decibeles de las luchas, se amenguan los gritos necesarios contra semejantes trogloditas de la historia y se reciclan los modos políticos hasta convertirlos en simples patrañas politiqueras al servicio de cambios que no cambien casi nada.
Los y las grandes de otros tiempos nos legaron un diseño de Nación que parece haberse olvidado en algún rincón de la historia mal contada. El sentido revolucionario ha adquirido al carácter de “imposible”. La sublevación ante los despojos de lo que fuera una Patria sentida con fervor por las mayorías populares, ha sido desplazada por los arreglos cupulares para elaborar listas de candidaturas que no emocionan más que a sus participantes. La realidad oscura y desarmada de verdades evidentes, es la avenida por donde se pretende conducirnos hacia un futuro de apaciguamiento de los dolores, pero no de cura definitiva de las causas que los producen.
Despertar, a veces, duele. Pero es cuando adquirimos la consciencia de lo que en realidad nos sucede. El camino es, entonces, renovar los recuerdos, evocar las luchas que iniciaron la independencia, avivar la llama de la esperanza perdida tras objetivos miserables, estimular la pasión patriótica de sentirse parte de una Nación soberana, excitar al universo de desarrapados, empobrecidos y alienados para que comprendan el sentido fundacional de sus participaciones solidarias en una nueva Revolución, que contenga a todas las anteriores, que se alimenten de sus datos y sus logros, pero también de sus fracasos. Y dominar, por fin, la palabra “unidad”, convirtiéndola en ámbito donde se elaboren los futuros que soñamos tantas veces y el presente que nos debemos desde siempre.
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