La declaración de los diecisiete intelectuales ha servido para
devolver a primera plana el debate de Malvinas. Se la podría calificar
desde ultraconservadora a cipaya, como se ha hecho. Prefiero tomarlo
como un tema fundamental de discusión, un paso más para esclarecer
definitivamente el debate que nos lleve, por fin, a una solución
integral.
Defender sólo el derecho de los mal llamados kelpers en Malvinas
sería dar la mano al concepto de imperialismo. Gran Bretaña invadió
militarmente esas islas cuando ya las Provincias Unidas del Río de la
Plata tenían su gobierno propio y ya nada dependía de España. Eso es
indiscutible. Fue una acción similar a las invasiones inglesas de 1806 y
1807, que fueron resistidas no sólo por los españoles sino por la
población criolla que cuatro años después se iba a proclamar libre.
La ocupación británica de las Malvinas nunca fue aceptada sino
siempre reclamada su libertad del yugo del imperio, y su pertenencia a
su tierra madre, la Argentina –como lógica por su situación geográfica–,
el nuevo país libre latinoamericano.
Después de la última Guerra Mundial comenzó el fin definitivo del
imperialismo. Las colonias de Africa y de Asia fueron independizándose.
Una de las pocas colonias actuales del imperialismo británico es
precisamente Malvinas. Por supuesto que existe el problema de su
población, que en su mayoría es de origen británico. Pero es justamente
esa población la que tiene que reconocer que su situación fue fruto de
una política colonialista. Es hora de que Gran Bretaña pida disculpas
por el imperialismo a que sometió a gran parte del mundo si quiere que
lo continúen considerando un país democrático. Como lo hicieron muchos
políticos, intelectuales y gente sencilla de ese país en Africa del Sur,
la India y tantas otras tierras donde su país se había comportado como
dominador y ladrón de sus tesoros naturales.
Sí, la población malvinense es de origen británico. Está claro que
la Argentina tiene que ganar también el afecto de esa población y
respetar sus derechos. Por eso debería darles a todo ellos ya mismo la
nacionalidad argentina, otorgar becas a estudiantes malvineros para
estudiar en nuestras universidades, realizar encuentros culturales,
invitar a docentes y científicos isleños a congresos, etc. Todo lo que
haga a la confraternidad humana para que esa población se encuentre en
su propio país. Principalmente las provincias patagónicas tendrían que
abrirles las puertas a toda esa población. Y mientras tanto, nuestros
gobiernos seguir una política internacional contra el imperialismo y el
coloniaje. Realizar todas las acciones posibles –siempre pacíficas y
racionales– ante los organismos internacionales, tanto mundiales como
latinoamericanos, exigiendo la terminación de Malvinas como colonia
británica.
Por supuesto, y vuelvo a repetirlo, asegurando que jamás se van a
volver a utilizar las armas y sólo valdrá la palabra del Derecho para
conseguir el paso definitivo. Un paso que hay que dar porque si no los
argentinos aparecerán en la historia como aceptadores del colonialismo
contra el cual lucharon los hombres de Mayo y nuestros libertadores.
Además, fomentar una acción que podría llegar a la terminación de las
relaciones comerciales con Gran Bretaña de toda Latinoamérica. Pero al
mismo tiempo asegurar que toda la población actual de la isla seguirá
ejerciendo sus derechos, que serán intocables en todo sentido.
Más todavía, sería dar un paso adelante definitivo y mostrar lo que
tiene que ser la política del futuro para nuestro continente proponer
esto: que las Malvinas pasaran a formar parte directamente del Estado
Latinoamericano, como primer paso hacia su creación. Entonces, que los
países latinoamericanos les den ya mismo su nacionalidad respectiva,
pensando que en parte el continente va a llegar a integrarse en un solo
país, los Estados Unidos Latinoamericanos, el sueño de Bolívar.
Los actuales pobladores de Malvinas tendrán así una enorme
perspectiva de progreso al integrarse a todo un continente y no vivir en
el aislamiento actual que los llevará –de acuerdo con las últimas
informaciones– a vivir en una isla destinada ya como base de nuevas
estrategias militares de dominación mundial con las armas más
sofisticadas de gran alcance. Lo cual sería una derrota absoluta de toda
ética y calidad de vida.
Pero la Argentina debe prometerse a sí misma, nunca más utilizar las
armas. Y nunca más permitir en su sistema una dictadura militar. No
hemos sido capaces de imponernos para siempre gobiernos democráticos.
Además, el informe Rattenbach debe servir de base futura para aprender a
no repetir jamás la aventura criminal del general borracho. Nunca más
perder una vida joven.
Tener siempre presentes a los 650 jóvenes que enviamos a la muerte.
Imponer, sí, la verdad con la paz y con la grandeza de la mano abierta.
No critico a los 17 intelectuales argentinos que se han preocupado
con tanta pasión por los kelpers. Pero sí les voy a pedir que pongan el
mismo esfuerzo en preocuparse por los derechos de los pueblos
originarios argentinos. En ese grupo de intelectuales hay historiadores
que han defendido el genocidio cometido por el general Roca y la
repartición de tierras del sur entre los miembros de la Sociedad Rural.
Creo que éste es un tema a debatir ya que no han tenido en cuenta los
derechos a vivir en su tierra de los pueblos que las habitan desde hace
incontables siglos, para no decir desde siempre.
Mi esperanza es que la pasión por los kelpers de ellos se transmita a
la defensa de los derechos de los que ya estaban en tierras del sur
cuando llegaron los europeos y los sometieron a todas las formas de
esclavitud.
Las Malvinas son argentinas. Las Malvinas son latinoamericanas. Y no del imperio británico.
Ojalá logremos en paz lo que nos exige una vida racional: un mundo
sin fronteras y la igualdad en libertad para todos, como lo señala
nuestro Himno Nacional.
*Publicado en Página12
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