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Por
Roberto Marra
A
veces, la lógica triunfa en medio de tantas mendacidades judiciales.
En ocasiones, la realidad emerge y atraviesa todos los sentidos, se
desparrama por el camino que se transita, borbotea desde las entrañas
de la mentira institucionalizada, se hace río de oscuros y
malolientes restos de sentencias prefabricadas, se desliza por las
escaleras que conducen a esas salas del horror jurídico, donde la
falacia hace mucho que le ganó la partida a la verdad, para regocijo
de un Poder que lo puede todo.
Tan
preocupados, los jueces, en preparar sentencias anticipadas a las
pruebas, se les pasó el detalle de la acumulación de sus
necesidades fisiológicas extremas, provocando la ebullición de los
restos entubados, que explotaron de vergüenza ante tanta inequidad
de la balanza trabada siempre del lado del Poder, inclinando su
mirada hacia ese lugar que le provee de las obscenas ventajas de
remuneraciones intocables por impuestos y sostenidas hasta sus
muertes.
Tan
enfrascados en redactar originales métodos de peritajes, los
fiscales acompañaron a sus superiores en la proliferación de
evacuaciones permanentes de rencores ilimitados, llenando los
receptáculos sanitarios de probanzas sin sentido y materias
leguleyas indigestas, hasta ver repletos los recipientes de inmundos
dictámenes desarraigados de la Constitución y las leyes.
Más
preocupados en conservar sus cargos que en otorgar derechos y
garantías, los empleados del lugar solo se atreven a transitar los
pasillos hediondos desde y hacia los archivos de la sumatoria del
horror juridico. También ellos se han convertido en engranajes
indispensables para la consumación de las perversas acciones,
paradójicamente ilegales, en el supuesto mundo de la máxima
legalidad, colaborando, queriendo o nó, con los actos más abyectos
de la historia de un Poder judicial corrupto como nunca.
Por
esos mismos trayectos viciados por la contaminación más repugnante
que se haya conocido, deben caminar los acusados de todos los males
imaginables, los señalados como responsables de cada una de las
desgracias nacionales, los caballitos de batalla salvadores de
responsabilidades propias de un gobierno de minusválidos morales.
Por allí caminan esos ciudadanos (y ciudadanas) que alguna vez
fueron los artífices de la salvación de millones de almas
desesperanzadas, a quienes se les otorgaba (por fin) derechos
conculcados durante décadas.
Con
los índices gigantes de los medios poderosos, se les señala como
los peores delincuentes, se les obturan sus defensas, se les niegan
las pruebas, se les atiborra de denuncias con menos consistencia que
los ríos de suciedades que ahora llenaron esos recintos
tribunalicios. Desde afuera, millones de impávidos mirones se
contentan con sus desgracias (las propias), con tal de ver a algún
ridículo “justiciero” con carnet de juececillo, sentenciar al
máximo motivo de sus odios, de los cuales no reconocen ni los
orígenes, pero les aseguran la satisfacción de una venganza por lo
que no fue, una revancha sobre lo que jamás existió.
Tal
vez sea hora de conformar una cuadrilla enorme, de millones de
integrantes, que tome en sus manos la limpieza de esos tribunales del
escarnio y la mentira programada, que barra y lave con fuerza tanta
miseria espiritual acumulada, tanta resaca ética amontonada, tanto
dolor popular archivado en el olvido de una sociedad descarriada. Y
destape para siempre los sumideros de las falsas promesas, las
aversiones inventadas, los desprecios impuestos por los inmundos
promotores del engaño mediatizado. Entonces sí podrá volver a
sentirse el renovado perfume de la libertad que nos robaron, en
nombre de una Justicia que nunca existió.
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