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Por
Roberto Marra
Nadie
podría culpar a quienes se han vuelto escépticos ante las
expresiones de los actores políticos en Argentina. Son demasiados
años de repeticiones constantes de discursos, la mayoría de las
veces, monocordes e insustanciales. Es mucho tiempo de soportar
relatos de la realidad sin el inmediato sustento de la propuesta
superadora. Son acumulaciones de engaños y mentiras que, también
hay que decirlo, fueron aceptadas con menos esperanzas que pereza
militante.
A
sabiendas y con ese propósito, el Poder y sus medios actúan con
particular denuedo en la búsqueda de la quietud enervante de la
sociedad, aún cuando sus vidas estén siendo destruídas mediante
sus planes financieros y económicos, mientras las pantallas les
señalan a culpables que no lo son, para que así puede descargar su
furia de odios fabricados sobre alguien de “carne y hueso”, algún
“populista” que pretenda hacerle creer que es posible la justicia
social.
Pero
nunca faltan unos especiales colaboradores obsecuentes de los
poderosos, más brutos que ignorantes, que sabrán hundir más a la
sociedad en el barro de las dudas permanentes ante todo y sobre
todos. Son quienes “se la saben lunga”, patanes verborrágicos
sin más conocimientos que haber leído alguna historieta, pero
dedicados fanáticos del chisme elaborado como verdad revelada,
generalmente producto de sus “contactos”, que le asegurarán al
distraído interlocutor las certezas que “necesita” conocer para
odiar un poquito más todavía.
No
le faltarán referentes en cualquier lugar del Mundo, cuando quiera
refrendar una mentira con supuestas vivencias de sus supuestos
conocidos o parientes, tan falsos como sus dichos, pero transmitidos
con la “seguridad” que solo los agentes de este caos informativo
pueden tener. Habrán de contarle a quien le preste atención que “le
dijo un muchacho que sabe”... y a partir de allí la mentira
correrá como reguero de pólvora, para terminar explotando en la
conciencia amilanada de los que esperan revelaciones divinas de
quienes son simples estafadores morales.
Siempre
con sus particulares capacidades histriónicas a flor de piel, no les
faltarán viajes por cada uno de los lugares del Planeta sobre los
cuales alguien quiera opinar. Convertirán a Fidel en una hormiga sin
cerebro, a Chávez en un Cantinflas subdesarrollado, a Evo en un
“indio bruto” sin destino. Seguro que habrán recorrido Europa,
para la que solo tendrán elogios de órdenes y progresos, de
limpiezas y lujos, de hoteles y casinos de ensueños donde, además,
le contarán de cuando hicieron “saltar la banca”.
No
les importa la verdad, como no le importa al Poder, salvo para
dominarla y retorcerla a su gusto y necesidad. Son el muro sólido
que impide el avance de la capacidad movilizadora de quienes pudieran
acceder al conocimiento de las otras verdades, las aplastadas por la
maquinaria comunicacional perversa y sus colaboradores obsecuentes.
Es
el escepticismo militante el que está derrotando al Pueblo. Es la
desmemoria industrializada por las pantallas y los parlantes que
construyen la vergüenza de ser honestos militantes por la justicia y
la libertad. Son los cómplices de un Poder ensoberbecido quienes
elaboran la enervante quietud de los integrantes de una sociedad
transformada en ninguneada observadora de los acontecimientos, como
en un escenario teatral donde resulta ser su frustrada protagonista,
pero sin guiones alternativos para seguir.
Como
en cualquier laberinto, de este también solo se podrá salir por
arriba. Derrotando la incredulidad y la desconfianza con la militante
actitud de crear su propio guión, elegir al director y nombrar a
quienes sean capaces de “iluminar” con verdaderos conocimientos,
el escenario de luchas sin cuartel contra los fabricantes del dolor y
la inmoralidad. Vencer, será la simple consecuencia de la
perseverancia. Y acabar con el miedo a los poderosos y sus cómplices
farsantes, la llave para terminar con la dominación de esos cobardes
asesinos de futuros.
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