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Por
Roberto Marra
La
dignidad es una cualidad imposible de adquirir y de mostrar, si no
forma parte de la construcción espiritual del individuo. La nobleza
del alma, la hidalguía en la conducta ante los demás, el pundonor
frente a lo demandado, la integridad y el respeto como actitudes
permanentes, solo pueden exhibirlas quienes han sido formados bajo
esos valores. No parece ser el caso de las “fuerzas de seguridad”
en general que, con las lógicas y esperables excepciones de cada
caso, parecen haber sido adiestradas solo como “guardias
pretorianas” de los poderosos, ciegos y sordos ante la realidad,
alejados de la mínima lógica del respeto a los ciudadanos que los
sostienen materialmente.
El
grado de vileza de estos uniformados alcanza los peores registros
cuando quienes gobiernan el Estado son los directos representantes
del Poder, quienes necesitan de esas fuerzas descarnadas para impedir
o ahogar cualquier grado de rebelión frente a la pauperización que
provocan, siempre, sus medidas económicas y financieras. Liberados
de las mínimas “ataduras” legales, la brutalidad se les
despierta con una vehemencia directamente proporcional al odio de
clase de sus mandantes, justamente desatada contra personas de las
mismas condiciones sociales originales que ellos.
Entonces,
sucesos como la represión a productores que pretendían vender a muy
bajos precios sus vegetales, como método de protesta frente al
abandono absoluto al que se los somete, no debieran debieran servir
más que como comprobación de la infamia en la que se sobrevive. La
bestialidad ilimitada desatada con saña contra los pobres vendedores
y compradores, no hace más que poner en claro la profundización
degradante del sistema, con el unico objetivo de garantizar la
extracción de las últimas gotas de sudor (y sangre, literalmente)
de quienes trabajan y producen, y también de quienes ya no pueden
hacerlo por imperio del perverso plan de destrucción y entrega de la
Nación.
Cuando
la vida vale menos que un pimiento o una berenjena, cuando acallar
las voces de protesta se torna imprescindible para la continuidad de
la maldad insolente instalada en la Rosada, cuando apalear a un
ciudadano o ciudadana se convierte en aberrante cotidianeidad, cuando
las palabras no alcanzan a describir la abyección de los actos
degradantes de policías y gendarmes, cuando la canalla mediática
repite sus infamias a cada minuto, reconfigurando consciencias a la
medida de los poderosos, entonces la salida se estrecha, los caminos
se hacen sinuosos y escarpados y se vislumbran tiempos de violencias
mayores, donde la razón deja de prevalecer y el respeto a la
condición humana se convierte en letra muerta, atontada a golpes de
bastones cada vez más largos de una injusticia que se consagra en
tribunales tan rastreros como la rancia oligarquía que les sigue
proveyendo de jueces olvidados de las leyes.
“E
piu si muove”, dijo Galileo. Se mueve la esperanza del regreso de
los buenos tiempos de dignidad e integridad moral, del arribo a
nuevos caminos que confluyan en la puerta de una nueva historia sin
bastones ni furias desatadas, de la comprensión de una realidad
tergiversada por el enemigo, temeroso eterno del Pueblo que sabrá,
tarde o temprano, culminar con la tarea abandonada tras los viles
pasos de sueños que nacieron muertos.
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