miércoles, 27 de febrero de 2019

LA OBLIGACIÓN DE SER BELGRANO

Imagen de "AnnurTV"
Por Roberto Marra
Representar es un acto de enorme responsabilidad. El (o lo) representado deposita en las manos del líder elegido su destino personal, sus necesidades más imperiosas, sus esperanzas en un desarrollo de acontecimientos que les permita alcanzar los objetivos que se han trazado en conjunto. No pretende perfección, pero si lealtad hacia lo convenido y hacia los ideales que los une. No busca la sumisión absoluta del representante, ni seguidismo obcecado que impida la adaptación a las circunstancias que se presenten en el camino de la concreción de los planes.
No se pueden ignorar las trampas, las zancadillas enemigas, los aviesos intentos de engaños y las deserciones que suelen aparecer en el tránsito complejo que se intenta realizar hacia las metas programadas. Suelen surgir, en esas ocasiones, las virtudes más elevadas y las abyecciones más deleznables, productos inevitables de la condición humana ante los desafíos más importantes.
Es cuando afloran quienes parecen destinados a escribir la historia con sus actos, a plantar mojones que destacan de la llanura de ideas que suelen ser mayoría. Son hombres y mujeres comunes puestos en oportunidades que desatan toda su carga de sabiduría y valor, solo por servir a la causa que los convocó a representarla. Son el producto inevitable de la conjunción de muchas causas, que terminan por parir a esos distintos, sin saber aún de lo imprescindible de su devenir en el tiempo.
Nuestra historia tiene varios (y varias) de estos personajes que se convirtieron en paradigmas de los tiempos que les tocó vivir. Desde los inicios del camino de la búsqueda de la liberación colonial hasta estos días, siempre han habido de estos paladines reales, no inventados ni fabricados a medida por nuestros enemigos, sino auténticos líderes de futuros que ayudaron a construir con sus propias manos.
Pero hay uno muy especial, un ser sencillo e inteligente, soñador audaz en una Patria imberbe, que nos dio algo que resulta ser el fundamento visual de nuestra pertenencia nacional, el motivo alegórico de las luchas del pueblo heredero de aquellos tiempos de promesas iniciáticas. Una ráfaga que sacudió para siempre el corazón de cada argentino de verdad, un soplo del fresco pampero que envuelve los fragores de las batallas contra las injusticias.
Belgrano fue, claro, mucho más que el idealista creador de la bandera. Pero sintetizó en ella todos sus valores patrióticos, esos que encendían su audacia infinita mientras se debatía entre las frustraciones de las traiciones que comenzaron muy temprano en la historia nacional. Fue el pensador de una Nación que cayó en manos de los peores hijos de esta tierra, postergando hasta nuestros días una liberación que casi se pudo tocar en varias ocasiones, siempre troncada por los herederos de aquellos primeros traidores de dos siglos atrás.
Ahora estamos ante el mismo enemigo que bombardeó tantas veces las construcciones populares, disfrazados de falsos Prometeos de pequeños fueguitos intrascendentes, salvo por la acumulación de maldades contra el Pueblo. Son los sucesores de quienes intentaban remontar el Paraná cuando Belgrano instaló las baterías para impedirlo. Portan otra bandera, la de otro imperialismo, invasor contumaz de las naciones que intentan sus propios caminos, ladrón de las riquezas producidas por tierras ajenas, ayudados por lacayos oportunistas que hacen de “monaguillos” en esas misas diabólicas donde se mata en nombre de libertades que se niegan.
Nos queda el valor de aquel increíble soñador sintetizado en el azul y blanco que conmueve solo a los patriotas de verdad. Nos atraviesan sus palabras constructoras de esperanzas ciertas, de certezas que se nos fueron de entre las manos tantas veces. Nos obliga su memoria a alzar su creación como estandarte, el de todos los auténticos defensores de los sueños soberanos, para convertirnos, cada uno, en un Belgrano de estos tiempos, capaces de expulsar para siempre la oscuridad de los traidores. E iluminar el cielo de la Patria nueva, con el glorioso sol de nuestra Bandera libertaria.

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