Imagen de "ADN Río Negro" |
Por
Roberto Marra
Si
hay algo en lo cual el Poder ha sabido manejarse con precisión, es
en la generación de imaginarios populares afines a sus intereses,
pero camuflados con discursos basados en el conocimiento real de las
subjetividades a quienes se les dirigen los mensajes. El increíble
éxito de las formulaciones paradigmáticas que realizan, están
siempre precedidas de acumulaciones de pequeños ensayos mediáticos
que van horadando la “piedra” cerebral de los “espectadores”,
hasta convertir ese mar de inconsistencias en certezas irrevocables,
aún para los más sagaces y profundos estudiosos cientistas
sociales.
Con
un raro sentido del significado de la palabra “unidad”,
confundida siempre con la de similar raiz semántica, “unión”,
se conforman extraños amontonamientos de personajes políticos de
extracciones que poco tienen que ver entre sí, sobre todo en las
definiciones que resultan imprescindibles para determinar el carácter
de lo ofrecido como confrontativo con quienes son los enemigos del
Pueblo.
Con
lenguajes lavados, superficiales definiciones de las necesidades,
acentuaciones en el tratamiento de los temas que el Poder quiere y
determina que se hable, gracias al dominio de los sujetos mediante la
cultura de la idiotización masiva, los candidatos se presentan como
“diferentes” a los actuales, pero se disfrazan con los mismos
ropajes discursivos, se arropan con las mismas taras convertidas en
certezas por los medios hegemónicos y se postergan, indefinidamente,
las propuestas de los cambios que de verdad se necesitan.
Los
políticos en cuestión apuntan siempre la necesidad prioritaria de
desplazar de los gobiernos a las maquinarias oxidadas pero todavía
eficaces de la oligarquía. Y les cabe la razón en la importancia de
hacerlo lo más pronto posible, dada los profundos padecimientos
generados por la aplicación de programas tan antipopulares. Sin
embargo, faltan y sobran razones para dudar de la efectividad de los
resultados consecuentes.
Falta
participación real de los ciudadanos en la determinación de los
candidatos. No en la simple votación en una interna de las opciones
preconcebidas desde pequeños grupos engreídos de capacidades nunca
demostradas de verdad. Una participación que impliquen debates
horizontales donde se elaboren las líneas de acción y se
autentifiquen las aptitudes y los potenciales de los que pretendan
ser representantes. A partir de allí, con el programa escrito por
los mismos militantes, cabe el paso a la acción de ejecución
vertical de lo decidido.
Sobran
soberbias y subterfugios que anulan esas posibilidades de
intervención popular. Algunas veces por temores sinceros a un
“debatismo” que postegue decisiones imperiosas. Otras, por
ambiciones nunca explicitadas de frente, sino ocultas tras una sarta
de evasivas disfrazadas de “oportunidad”, de tiempos de “no
hablar de ciertas cosas”, todos modos de los oportunistas para que
no se les quite del medio.
Entonces
llegan los tiempos electorales, se amontonan los parecidos en uniones
transitorias y se conforman espacios “unitarios” entre las
cúpulas partidarias. El regreso al punto de partida de este anillo
de oportunidades perdidas detrás de los seguidismos a los falsos
paradigmas inventados por el enemigo del pueblo. Personajes extraídos
de oscuras historias recientes, logran colarse como las caras
“suavizadas” del “populismo”, para intentar convencer a un
electorado martillado con falsas verdades consagradas como absolutas.
Las
medias tintas nunca fueron exitosas. La mitad justa no existe, como
no existe el punto medio de nada. Porque un punto es infinitamente
pequeño como para situarse sobre él, lo cual explica la inutilidad
de los discursos “centristas” de los politiqueros que no son otra
cosa que los mismos que sus protectores del poder, que saben buscar
opciones menos gravosas para sus intereses que las posibles acciones
de los gobiernos populares.
Pero
allí están, nuevamente, los de siempre, renovando sus estudiadas
poses televisivas, apuntando sus cañones a temas que les imponen los
poderosos, manifestando divergencias con los líderes más
consecuentes con sus ideologías, invitando a la opción menos mala,
retrasando la historia en nombre de la gobernabilidad u otras
sandeces por el estilo. Cerca de la “gente”, dicen, pero alejados
de lo popular. Apostando a maniobrar con habilidad ante el marasmo
que les espera al frente de los gobiernos que tal vez (solo tal vez)
logren alcanzar. Aplazando otra vez la destrucción de la tiranía,
para convertirse solo en el reemplazo del tirano.
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