Imagen de "Geohistóricos" |
Por
Roberto Marra
El
arriero es el baqueano conductor de ganado, conocedor de la
topografía y el clima, capaz de asegurar la llegada a destino de la
tropa a su cargo. También denominado “tropero” o “resero” en
la zona pampeana, es ya un oficio en franca extinción. Pero quedan,
todavía, representantes auténticos de esta “raza” de gauchos a
quienes se les ha reducido el ámbito de sus recorridos a límites
más estrechos que los que antiguamente transitaban. Se trata de
personas herederas de saberes y culturas que marcan sus
personalidades, donde la honestidad y la palabra dada son los valores
más importantes para sus vidas de sencillos trashumantes.
También
en la política se puede hablar de la existencia de “arrieros”,
claro que sin la prosapia de intransigentes honestidades que poseen
aquellos auténticos conductores de ganados y personas por los
lugares y los momentos más difíciles. No, las características de
estos arreadores de masas, no se compadecen con el honor y la
vergüenza que marcan a los genuinos troperos. Son, más bien,
especuladores de escondidos objetivos, especie de contramaestros de
barcos quietos, oportunistas de sociedades alienadas, ventajeros en
las crisis que esperan gozosos para apropiarse de los pequeños
poderes que los oligarcas les permitirán para servirlos a ellos.
Acompañan
a sus amos financieros en la oscura tarea de acumular “vaquitas”
propias y promover las peores penas a la sociedad desvencijada por la
virulencia de la miseria impuesta a sangre y miedo. Son la mano de
obra “intelectual” que les asegura la esclavización mental de
los dominados, atravesados por pobrezas desandadas en caminos mil
veces transitados, sin que el supuesto “baqueano” señale las
piedras que continuarán allí cada vez que se vuelva a pasar, como
método infalible para la continuidad de sus “arreos”.
La
codicia y la soberbia habrán de jugarle, a veces, una mala pasada a
estos falsos “arrieros” de pueblos sometidos. Levantarán las
voces los arreados cuando descubran la fuerza escondida en sus
alforjas de honestidades aplastadas, cuando despierten la solidaridad
y la verdad envuelta en las falsías programadas, cuando se atrevan a
alzar la vista hacia el horizonte que siempre los estuvo esperando.
A
partir de allí, se abrirán otros caminos, donde podrán elegir
auténticos conductores que los lleven a los destinos perdidos en los
recuerdos que les contaron, tantas veces, los que alguna vez se
atrevieron a no ser arreados. Se encontrarán con escarpados
recorridos, negros nubarrones de herencias deudoras, dificultades y
zancadillas preparadas por los poderosos y sus apócrifos “reseros”,
como provocaciones que induzcan al desánimo y el regreso al punto de
partida de la miseria que los consumía.
Pero
ya no podrán convencer a demasiados con sus gritos destemplados y
sus mensajes de oprobiosos odios sin sentido. Para entonces, las
penas serán solo pasado, y las “vaquitas” habrán comenzado a
transitar por la senda que nunca debieron abandonar. Porque estarán,
ahora, en manos de sus auténticos dueños. De un Pueblo convertido,
todo, en arriero de su propio destino.
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