viernes, 8 de febrero de 2019

LOS ARRIEROS

Imagen de "Geohistóricos"
Por Roberto Marra
El arriero es el baqueano conductor de ganado, conocedor de la topografía y el clima, capaz de asegurar la llegada a destino de la tropa a su cargo. También denominado “tropero” o “resero” en la zona pampeana, es ya un oficio en franca extinción. Pero quedan, todavía, representantes auténticos de esta “raza” de gauchos a quienes se les ha reducido el ámbito de sus recorridos a límites más estrechos que los que antiguamente transitaban. Se trata de personas herederas de saberes y culturas que marcan sus personalidades, donde la honestidad y la palabra dada son los valores más importantes para sus vidas de sencillos trashumantes.
El arriero es alguien que ejerce influencia sobre los que lo rodean, debido al conocimiento específico que demuestra. También en este caso, como suele suceder, el saber es la ventaja que convierte en “superior” a quien lo posee. Con esa ventaja parte a los caminos, seguido por quienes lo secundan en la tarea o por quienes necesitan llegar a un determinado lugar de forma segura, que habrán de aceptar cada una de sus directivas, sabedores de la imposibilidad de recorrer esos trayectos desconocidos sin su guía y presencia.
También en la política se puede hablar de la existencia de “arrieros”, claro que sin la prosapia de intransigentes honestidades que poseen aquellos auténticos conductores de ganados y personas por los lugares y los momentos más difíciles. No, las características de estos arreadores de masas, no se compadecen con el honor y la vergüenza que marcan a los genuinos troperos. Son, más bien, especuladores de escondidos objetivos, especie de contramaestros de barcos quietos, oportunistas de sociedades alienadas, ventajeros en las crisis que esperan gozosos para apropiarse de los pequeños poderes que los oligarcas les permitirán para servirlos a ellos.
Acompañan a sus amos financieros en la oscura tarea de acumular “vaquitas” propias y promover las peores penas a la sociedad desvencijada por la virulencia de la miseria impuesta a sangre y miedo. Son la mano de obra “intelectual” que les asegura la esclavización mental de los dominados, atravesados por pobrezas desandadas en caminos mil veces transitados, sin que el supuesto “baqueano” señale las piedras que continuarán allí cada vez que se vuelva a pasar, como método infalible para la continuidad de sus “arreos”.
La codicia y la soberbia habrán de jugarle, a veces, una mala pasada a estos falsos “arrieros” de pueblos sometidos. Levantarán las voces los arreados cuando descubran la fuerza escondida en sus alforjas de honestidades aplastadas, cuando despierten la solidaridad y la verdad envuelta en las falsías programadas, cuando se atrevan a alzar la vista hacia el horizonte que siempre los estuvo esperando.
A partir de allí, se abrirán otros caminos, donde podrán elegir auténticos conductores que los lleven a los destinos perdidos en los recuerdos que les contaron, tantas veces, los que alguna vez se atrevieron a no ser arreados. Se encontrarán con escarpados recorridos, negros nubarrones de herencias deudoras, dificultades y zancadillas preparadas por los poderosos y sus apócrifos “reseros”, como provocaciones que induzcan al desánimo y el regreso al punto de partida de la miseria que los consumía.
Pero ya no podrán convencer a demasiados con sus gritos destemplados y sus mensajes de oprobiosos odios sin sentido. Para entonces, las penas serán solo pasado, y las “vaquitas” habrán comenzado a transitar por la senda que nunca debieron abandonar. Porque estarán, ahora, en manos de sus auténticos dueños. De un Pueblo convertido, todo, en arriero de su propio destino.

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