jueves, 1 de noviembre de 2018

LA CULTURA DEL OLVIDO CULTURAL

Imagen de "Resumen Latinoamericano"
Por Roberto Marra
Los daños que producen los planes del conservadurismo reinante, llamados convenientemente (para ellos), crisis, terminan afectando hasta el último rincón de nuestras sociedades, incluyendo (siempre) aquello que forma parte de la construcción de nuestra identidad nacional: la cultura. Sus expresiones son consideradas, como cada actividad de la sociedad, como meros hechos comerciales, simples asentamientos monetarios en contabilidades ordenadas por el supra-poder que todo lo dirige, incluso y fundamentalmente, nuestra forma de pensar y sentir.
Sin casualidad alguna, el teatro, el cine, la música, la literatura, son aplastados por “necesidades” presupuestarias, tan espúrias como sus redactores. Al igual que con la educación, tan profundamente ligada a la cultura, se destruyen las bases para su desarrollo y expansión, se postergan para después de las eternas “tormentas” financieras las posibilidades de sobrevivencia de sus participantes, se anulan los planes puestos en marcha por gobiernos que entendían la importancia de elevar a la cultura a la mayor consideración del Pueblo que, en definitiva, es quien le da orígen.
No hay manera de lograr avances sociales sin considerar a las expresiones culturales. No existe forma de soslayarlas si se pretende erigir una sociedad más justa. Forman parte indisoluble de la historia de los pueblos, arrastran siglos de pertenencias territoriales, de herencias ascentrales y procesos políticos que conformaron la estructura identitaria de la nacionalidad.
Pero ahí están ahora, tiradas por el piso de la indignidad por la plutocracia gobernante, arrojadas al vacío existencial de futuros imposibles y felicidades inventadas para publicidades obscenas. Son miles los actores que elevan sus protestas por la pérdida de apoyo a sus labores en el teatro. Son otros tantos los afectados en el cine, por la selectividad maliciosa y tendenciosa basada en la afinidad ideológica de los beneficiados por los raleados presupuestos.
Los libros son considerados elementos superfluos, innecesarios para sus objetivos pauperizantes. Las editoriales están ahogadas en deudas y se extinguen como dinosaurios frente al meteorito financiero. Los lectores se ven obligados a elegir entre leer o comer, disyuntiva de pocas alternativas si las hay. Los empleados de las empresas relacionadas con la industria cultural, entran en procesos desoladores, perdiéndose no solo puestos de trabajo, sino destruyéndose conocimientos que se arrojan al foso del descarte de humanos, esos que sobran para el sistema depredador oligárquico que sustituyó a la democracia popular, paradójicamente, elegido por ésta.
Parodiando la premonitoria “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, los ceos cambiemitas también intentan destruir el pasado, hacer olvidar las prosperidades para siempre y construir una sociedad idiotizada, solo para el goce de ellos y sus mandantes. Los ayudan los traidores a sueldo de embajada y poderes empresariales. Los sustentan el imperio y sus “únicas” opciones, avasallando conciencias y domando rebeldías derivadas de la comprensión histórica que solo la cultura propia puede generar.
Sin embargo, y pese a todos los pesares, la cultura nacional sigue su camino. Abriéndose camino entre miserias, abre conciencias entre los miserabilizados, a fuerza de empeños prodigiosos de actores trabajando a la gorra, de cinéfilos empuñando sus cámaras “atadas con alambre” para realizar maravillas filmográficas. Titiriteros, pintores, muralistas, grafiteros, saltimbanquis, narradores, dramaturgos, libreros y escritores, intercambian por monedas sus saberes y relatan el presente para que el futuro sea posible, para que no olvidemos del todo nuestra pertenencia.
Nos elevan los espíritus, nos sostienen las banderas y nos transmiten los sueños que alguna vez tuvimos. Nos transfieren conocimientos, nos alegran aunque sea por segundos, nos permutan por dos pesos las razones olvidadas de nuestra existencia como Pueblo. Y le arrebatan a los malditos malos actores de la antipatria, el placer de la última palabra, para mostrarnos el camino del que nunca debimos habernos desviado.


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