Imagen de "Resumen Latinoamericano" |
Por
Roberto Marra
Los
daños que producen los planes del conservadurismo reinante, llamados
convenientemente (para ellos), crisis, terminan afectando hasta el
último rincón de nuestras sociedades, incluyendo (siempre) aquello
que forma parte de la construcción de nuestra identidad nacional: la
cultura. Sus expresiones son consideradas, como cada actividad de la
sociedad, como meros hechos comerciales, simples asentamientos
monetarios en contabilidades ordenadas por el supra-poder que todo lo
dirige, incluso y fundamentalmente, nuestra forma de pensar y sentir.
No
hay manera de lograr avances sociales sin considerar a las
expresiones culturales. No existe forma de soslayarlas si se pretende
erigir una sociedad más justa. Forman parte indisoluble de la
historia de los pueblos, arrastran siglos de pertenencias
territoriales, de herencias ascentrales y procesos políticos que
conformaron la estructura identitaria de la nacionalidad.
Pero
ahí están ahora, tiradas por el piso de la indignidad por la
plutocracia gobernante, arrojadas al vacío existencial de futuros
imposibles y felicidades inventadas para publicidades obscenas. Son
miles los actores que elevan sus protestas por la pérdida de apoyo a
sus labores en el teatro. Son otros tantos los afectados en el cine,
por la selectividad maliciosa y tendenciosa basada en la afinidad
ideológica de los beneficiados por los raleados presupuestos.
Los
libros son considerados elementos superfluos, innecesarios para sus
objetivos pauperizantes. Las editoriales están ahogadas en deudas y
se extinguen como dinosaurios frente al meteorito financiero. Los
lectores se ven obligados a elegir entre leer o comer, disyuntiva de
pocas alternativas si las hay. Los empleados de las empresas
relacionadas con la industria cultural, entran en procesos
desoladores, perdiéndose no solo puestos de trabajo, sino
destruyéndose conocimientos que se arrojan al foso del descarte de
humanos, esos que sobran para el sistema depredador oligárquico que
sustituyó a la democracia popular, paradójicamente, elegido por
ésta.
Parodiando
la premonitoria “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, los ceos
cambiemitas también intentan destruir el pasado, hacer olvidar las
prosperidades para siempre y construir una sociedad idiotizada, solo
para el goce de ellos y sus mandantes. Los ayudan los traidores a
sueldo de embajada y poderes empresariales. Los sustentan el imperio
y sus “únicas” opciones, avasallando conciencias y domando
rebeldías derivadas de la comprensión histórica que solo la
cultura propia puede generar.
Sin
embargo, y pese a todos los pesares, la cultura nacional sigue su
camino. Abriéndose camino entre miserias, abre conciencias entre los
miserabilizados, a fuerza de empeños prodigiosos de actores
trabajando a la gorra, de cinéfilos empuñando sus cámaras “atadas
con alambre” para realizar maravillas filmográficas. Titiriteros,
pintores, muralistas, grafiteros, saltimbanquis, narradores,
dramaturgos, libreros y escritores, intercambian por monedas sus
saberes y relatan el presente para que el futuro sea posible, para
que no olvidemos del todo nuestra pertenencia.
Nos
elevan los espíritus, nos sostienen las banderas y nos transmiten
los sueños que alguna vez tuvimos. Nos transfieren conocimientos,
nos alegran aunque sea por segundos, nos permutan por dos pesos las
razones olvidadas de nuestra existencia como Pueblo. Y le arrebatan a
los malditos malos actores de la antipatria, el placer de la última
palabra, para mostrarnos el camino del que nunca debimos habernos
desviado.
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