Imagen de "La Opinión de Rafaela" |
Por
Roberto Marra
“A
veces cuando pienso que todo está perdido, voy hacia alguna forma de
la muerte”, canta Baglietto en “El témpano”. Entonces aparece
ella. Y lo que parecía perdido, ya no lo está. Y la muerte temprana
deja de ser una alternativa. Y las palabras toman otras dimensiones,
reflejan otras expectativas, semejan puertas hacia esas nuevas-viejas
esperanzas que permanecían arrumbadas en los rincones oscurecidos de
los corazones de los eternos desarrapados de la historia.
Por
un momento, se detienen las máquinas del horror mediático,
esperando una palabra de odio que les dé pie a sus acostumbradas
falacias vengativas. Pero ella está ocupada en una construcción que
la desvela, mucho más importante que cualquier pequeña trifulca de
tintas indelebles en pasquines sucios por el orígen sangriento de
sus poderes.
Se
preocupa por lo que importa, le importa lo que nos preocupa, pone
blanco sobre negro con irrefutables consignas unitarias, traslada el
dolor a una dimensión que le de fin por la acción mancomunada de
los dolientes ninguneados. Arma un escenario de utopías renovadas,
que no son otras que las abandonadas detrás de corridas bancarias y
desvíos ideológicos, búsquedas inútiles de éxitos vanos y
resultados repetidamente fallidos.
Congrega
a millones de nuevos integrantes a la marcha que propone inexorable
hacia el destino que asegura con su frescura inteligente, con
irónicos mensajes al Poder, que no le perdona su inmensa decisión y
liderazgo. Y conmueve los cimientos de esta estructura desgastada y
maloliente de financistas de la miseria programada, elevando la voz
de los que nunca tienen nada.
“Este
hombre trabajó ¿quien escribirá su historia?”, se pregunta
Baglietto en aquella canción. Después de escucharla a ella, ya no
cabe duda que habrá de escribirla ese mismo trabajador, de la mano
de ese prodigio de nuestra historia política que se llama,
simplemente, Cristina.
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