Por
Roberto Marra
Cuando
la palabra “seguridad” se convierte en latiguillo diario, en
objeto de adoración de periodistas de mentes maltrechas y escrúpulos
escasos, en gestos deshumanizados de funcionarios sin intelecto
desarrollado, estamos frente al precipicio de la realidad, el oscuro
final de un camino donde la muerte se regodea y los derechos ya no
son tales, la fatal instancia de una sociedad condenada a una cruel
sobrevida o, directamente, a su desaparición.
La
“seguridad” necesita de un relato verosímil, un paradigma que
obligue a creer en la existencia de enemigos fantasmales, adversarios
de la libertad y las buenas costumbres de la “gente decente”. De
allí, al reclamo de mano dura contra esos presuntos atacantes, solo
resta el paso de la aparición de personas reales tirando piedras
contra vidrieras o automóviles.
Pocos
advertirán, seguramente, que debajo de la caracterización mal
ejecutada de esos “malos” de películas clase B, se vislumbran
uniformes de fuerzas de seguridad, convirtiendo esos actos en meras
representaciones de una falsa realidad que les resulta imprescindible
para justificar las posteriones agresiones al resto de la sociedad,
esa sí, real y contundente.
La
naturalización de esas aberrantes acciones de los gobiernos que no
tienen reparos para ejecutar la violencia que necesitan para sus
continuidades temporales, es sostenida también por personajes cuyas
morales han muerto en el camino de sus metaformosis ideológicas.
Ninguna astilla es peor que la del mismo palo, se suele decir. Y será
esa astilla filosa e hiriente que saldrá al encuentro de la verdad,
modificándola hasta hacerla añicos.
Son
como una masa informe de odios escondidos hasta ese momento, que
explotan para reivindicar muchos otros, y a la misma violencia que
dicen combatir. Son los virus de las organizaciones populares,
enmascarados tras esas fachadas de adhesión a lo que no piensan ni
sienten, para horadar desde adentro las estructuras pensadas para
construir sociedades más justas. Son los “camaleones” que
miserabilizan la política, degradando sus virtudes y exacerbando sus
malos hábitos.
Y
ahí está el inefable Pichetto, especie de reptil subdesarrollado,
integrante de ese ejército de la oscuridad republicana, repugnante
descripción de la maldad que enarbolan los imbéciles que, como él,
solo actúan en función de intereses tan espúrios como sus propias
condiciones intelectuales, si es que las tienen.
Arrastrando
la “pesada herencia” de su traición, sale al encuentro de los
“feos, sucios y malos”, es decir, de los empobrecidos, los
inmigrantes, los indígenas, fáciles presas de sus paradójicas y
oscuras pretensiones de europeas procedencias genéticas. Contra
ellos apunta su arsenal de obscenidades verbales y peores procederes
fácticos, llamando a la muerte para la limpieza étnica que
considera imprescindible, tanto como el encarcelamiento de quienes,
hasta no hace demasiado, gritaba que eran sus “compañeros”.
Esa
degradación de la humanidad que representa este personaje, solo
podría surgir por estos tiempos de embustes elevados a la categoría
de certezas. Solo pudo aparecer en el firmamento de este período de
irrazonable retroceso, apoyado en la bestialidad desatada contra un
Pueblo que no supo descubrir a tiempo tantas traiciones programadas
por el eterno enemigo oligárquico que se apoderó de las
instituciones del Estado, para vaciarlo de sentido y ponerlo al
servicio del decadente imperio que maneja los hilos de un Mundo
dominado por el racismo y la xenofobia.
Ahora
quiere más golpes policiales sobre las cabezas de los inermes
manifestantes. Ahora llama a pegar más duro en esos cuerpos
mutilados de esperanzas y derechos, simples despojos de hombres y
mujeres despiadadamente atacados para eliminar cualquier signo de
rebelión frente a los titiriteros de personajes como él, este
Pichetto verdadero y descarnado que, luego de arrancarse la careta,
dejó al descubierto la razón del futuro que le espera, cuando el
tiempo haga su trabajo y libere el camino de estas lacras, enterrando
sus palabras y sosteniendo su recuerdo, para que nunca más regresen
sus miserias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario