Imgen de "Currín" |
Por
Roberto Marra
Si
hay una disculpa elemental para poder implementar medidas represivas
con la anuencia implícita de la mayoría de la población, es esa
actividad que se generaliza con el nombre de “terrorismo”.
Palabra mágica, si existen, de ella se han valido en cuanta
dictadura o pseudo-democracia haya habido en Nuestra América. Nadie
se sustrae a su uso en todas y cada una de la reuniones
internacionales, donde cada jefe de estado la incluirá en sus
discursos, sin excepción, para mostrar su activa pertenencia a un
“mundo demócrata” que, paradójicamente, ya poco tiene de ello.
Tan
reprobables como los ataques terroristas, son los resultados de
aparentes prevenciones que ejecutan algunos gobiernos que, no
casualmente, siempre derivan en la profundización de medidas
represivas contra la población que intenta expresar descontentos por
sus padecimientos económicos. Nada mejor, en esos casos, que señalar
a algunos integrantes de las organizaciones populares como
integrantes de “celulas” terroristas, esa falacia utilizada hasta
el hartazgo en tiempos de la dictadura genocida.
Otro
tipo de terrorismo, el mediático, resulta ser el principal aliado de
los hacedores de todas las desgracias populares. De él se valen los
poderosos y el imperio para quitar la razón de las mentes ya
demasiado abrumadas por sus angustias diarias, donde la subsistencia
ha reemplazado a la vida. Oscurecidos los pareceres de la sociedad,
el mensaje del terror ya estará listo para el apoyo incondicional
para elevar los niveles represivos, no al enteléquico “terrorismo”,
sino a los hambrientos que buscan solo algún mendrugo para saciar
sus vacuidades estomacales, o a los esclarecidos que sueñan con una
justicia social aplastada a palos por las supuestas “democracias”.
Como
ya se ha demostrado decenas de veces, los terroristas terminan siendo
simples “empleados” del imperio, piezas necesarias para manejar a
su antojo las decisiones planetarias, disculpas básicas para
intervenir donde nadie los llama y acabar con cualquier intento
liberador de alguna Nación soberana. Y, de paso, apoderarse de sus
riquezas, fin último de los trogloditas que conducen a la humanidad
a su desaparición temprana, solo en base a sus repugnantes
ambiciones sin sentido.
Aquí,
por estos lares sureños, donde el Poder gobierna con sus propios
gerentes, donde el hambre se regodea con los ninguneados de siempre,
donde millones se caen de las escaleras que las condujeron al odio
estupidizante, dando contra el duro piso de la realidad convertida en
miseria generalizada, aquí también aparece otra vez la disculpa del
“terrorismo”.
Como
antes, como siempre, la “prensa libre” nos hablará de peligros
inminentes, de ataques previstos por servicios de inteligencia
extranjeros, de las supuestas conexiones con organizaciones
populares, de mapuches armados con lanzas y piedras como “peligrosas”
armas de ataques masivos, u otra estupideces semejantes. Mientras,
con la ridiculez al hombro, la ministra de (in)seguridad llama a
armarse a la “sociedad sana”, para enfrentar a los invasores que
vislumbra a través de los vapores etílicos que le aconsejan
semejantes despropósitos.
Más
miedo, más terror. Del auténtico, del originado en los inmorales
autores intelectuales de cuanta maldad exista en la sociedad. Más
información falsa, más fuegos artificiales que oculten con
destellos enceguecedores la verdad obvia de sus “éxitos”
financieros, que son el fracaso colectivo de un Pueblo mil veces
castigado, mientras los auténticos terroristas de saco y corbata
preparan el bombardeo final, para hacer desaparecer lo que alguna vez
fuera el sueño de una Patria soberana.
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