Imágen de "El Cronista" |
Por
Roberto Marra
Como
cualquiera habrá podido advertir, por estos días de reunión del
famoso “G-20”, la ciudad de Buenos Aires ha sido sitiada. Con esa
ya ancestral condición “porteñocéntrica” de construcción de
la realidad nacional, pareciera que toda la población del País
estaría involucrada en estos actos intimidatorios disfrazados de
“prevención”, una especie de ejercicio invasor del imperio y sus
adláteres y chupamedias locales, siempre ampulosos y exagerados a la
hora de manifestar sus repugnantes cipayismos.
Ninguna
otra cosa se puede esperar de semejantes sumisos al Poder Mundial.
Nada nuevo podría surgir de sus mentalidades obsecuentes y
vendepatrias. Ejercen el rol de mucamos de los titiriteros del orbe,
limpiando el camino de indigentes para alegrar la vista de las
ególatras visitas, asegurando las vallas de contención frente a las
probables protestas de algunos miles de conscientes del significado
de tanta mentira organizada.
Pero
hay algo más, tal vez peor que esa acumulación de actos
protocolares sin más objetivos que inclinarse ante los dueños de la
humanidad. Existe una sumisión cultural profunda, una lenta pero
persistente destrucción de nuestra capacidad de elaborar nuestro
propio proyecto de Nación soberana, expresada con las preocupaciones
por lo que dirán en el Mundo sobre cualquier acto, sea del gobierno
o de grupos sociales que intenten expresar sus posiciones ante hechos
trascendentes.
¡Es
una vergüenza ante el Mundo!, gritaron los comentaristas con
pretensiones de periodistas, cuando la payasesca (des)organización
del Boca-River. ¡Tenemos que dar una imágen de País “serio”!,
se desesperan ahora los mismos cómplices mediáticos de la actual
destrucción nacional, cuando se acercan sus admirados presidentes
del “Primer Mundo”, entre los cuales sobresalen un descuartizador
de periodistas y el mayor fabricante de guerras del planeta.
¡Qué
dirán en el Mundo!, se preocupan los eternos demandantes de palos y
balas para los atrevidos solicitantes de pan y agua, o cuando
aquellos que sí piensan, enarbolan las banderas de la dignidad de la
protesta y la razón humana, poniendo un poco de luz ante semejante
oscuridad ideológica.
¡Tenemos
que demostrar que podemos ser como ellos!, exponen con crudeza los
portadores del peligroso virus de la traición a la Patria, viles
personajes que solo profundizan la decadencia moral de una sociedad
atada al yugo construído por energúmenos sin escrúpulos, repletos
de vanidades sin sustento intelectual, engordados de soberbias que
solo demuestran sus incapacidades históricas.
Aquí
estamos ahora, atentos a la foto final de 20 personajes que levantan
sus manos saludando a nadie, despues de conversaciones repletas de
falsedades y comentarios ridículos, adornado todo por la segura
predisposición del mayor de los mentirosos seriales del planeta, el
peor presidente de nuestra propia historia, hablando en su
medio-inglés para demostrar su pertenencia absoluta a los designios
imperiales.
Afuera,
muy lejos, en medio del barro, las zanjas malolientes, las muertes
cotidianas de asaltados y asaltantes, las chimeneas sin humo, los
comercios vacíos, las escuelas derrumbadas, las casillas de chapa,
los pibes fumando sus muertes narcotizadas, allí donde pasa la vida
real, la de cada día postergado, allí no llegarán los ruidos del
G-20, tapados por las sirenas de los patrulleros buscadores de
muchachitos con gorritas predestinados a la muerte temprana.
Mientras,
en una lujosa recepción preparada en algún imponente edificio
rodeado de ejércitos armados hasta los dientes, los hacedores de
todas esas miserias universales, reverenciados por sus opacos siervos
locales, devoran el suculento manjar preparado para alimentar la
perversa injusticia programada por ellos, los verdaderos
arrebatadores de la vida planetaria.
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