Imagen de "Vía Rosario" |
Por
Roberto Marra
Como
en cada período previo a un año electoral, comienzan los escarceos
definitorios de posibles alianzas y los devaneos de quienes se
consideran mejor posicionados ante la ciudadanía para obtener su
“favor” en las urnas. Pero también dan inicio las tareas
postergadas durante el resto de sus mandatos por parte de los
actuales gobernantes, con la ambición de mostrar acción y
disposición de sus gestiones a solucionar lo que no pudieron, no
supieron o no quisieron concretar antes, especulando con ese recuerdo
corto de la población respecto a lo que se ve de una gestión, que
hace de los últimos actos lo que vale para emitir su veredicto en el
cuarto oscuro.
Con
la naturaleza y sus manifestaciones meteorológicas como disculpas,
emprenden otra vez el repetido ciclo de licitaciones que dan como
resultado (tal vez por casualidad) siempre a las mismas empresas como
ganadoras y ejecutoras de aquello que tan rápidamente se destruyó y
ahora hay que reparar. Cualquiera que recorra esta urbe con
regularidad, verá que los bacheos o reparaciones integrales de sus
asfaltos no tienen duraciones mayores a los seis meses o un año (a
lo sumo) en buenas condiciones. Suficiente razón para preguntarse
por la calidad de los trabajos y los materiales utilizados, poniendo
en duda los beneficios presupuestarios que pueda acarrear tanta buena
predisposición a tapar agujeros por parte del municipio.
Existen
ejemplos de capas asfálticas con décadas de vida, donde solo se
han producido pequeños baches a lo largo del tiempo transcurrido
que, no se sabe por qué “rara casualidad”, son los únicos
sectores que vuelven a romperse con rapidez luego de los “arreglos”
licitados. La evidencia de la falta de calidad o la desidia no
precisa de altos conocimientos técnicos, pero sí, como mínimo, de
intencionalidades desprendidas de cavilaciones electoralistas. Podría
ser peor aún, con la existencia de otros “arreglos”, destinados
a tapar otro tipo de “agujeros” en algunos bolsillos de
necesidades más grandes que sus honestas capacidades.
Voluntario
o involuntario, el manejo de estas reparaciones se torna demasiado
oneroso para los habitantes. Pero, por ese particular desprecio por
la realidad y privilegio de lo efímero y lo ficticio, todo pasa a
convertirse en una mera impresión visual de la “acción
municipal”, convenciendo de actitudes generosas de los gobernantes,
cuando solo se trata de decisiones mal resueltas y peor ejecutadas,
fruto indudable de actos propagandísticos antes que de cobertura de
prioridades desatendidas con el imprescindible control de calidad que
merecen.
Tapar
agujeros ya se ha convertido casi en un deporte nacional. Agujeros
económicos, provocados por el empobrecimiento generalizado, la
miserabilización de millones de personas y la pertinaz destrucción
del trabajo y la producción. Mientras tanto, insistiendo con viejas
fórmulas del convencimiento marketinero, algunos (muy trillados)
protagonistas de los actos electorales rosarinos, continúan con sus
repetitivos actos de demagogia encubierta con el asfalto caliente de
los bacheos mentales a los ciudadanos que, demasiado ocupados en
sobrevivir, dejan pasar, por enésima vez, la maquinaria politiquera
emparchadora de sus agujereados destinos.
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