jueves, 17 de noviembre de 2016

INTOLERANCIAS

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Por Roberto Marra

“Tolerancia cero” era el lema de un famoso alcalde de Nueva York, amigo de la represión sin límites a quien no se allanara a sus concepciones sociales. Con la disculpa de la lucha contra la delincuencia, en realidad, esta expresión desembocaba en un sistema expulsivo y segregacionista que estigmatizaba a quienes no se conducían por los cánones fijados por la autoridad. Para decirlo en términos yanquis, todos los que no eran blancos eran sospechosos, solo por no serlo.
No se salva nuestra sociedad de tales fanatismos. No dejan de suceder, cada día, hechos que reproducen las miserables discriminaciones que nos asombran, sólo cuando suceden en lejanos países. Tal como allá, cuando se discrimina, se lo hace en nombre de reglas fijados por el discriminador, que supuestamente el discriminado no cumple. Reglas que son, en sí, degradantes de la condición humana de las personas que no responden a lo establecido como “normal”.
En medio del regreso a las fuentes de un neoliberalismo brutal y despiadado, la sociedad profundiza las diferencias, hundiéndose en una vorágine persecutoria hacia los diferentes y los débiles, empobrecidos por el mismo sistema que fabrica las reglas que provocan sus miserias. Quienes se arrogan la conducción moral de sus semejantes, se convierten en dueños de las vidas de los demás, arrastrando a una desgracia segura a toda una Nación, en nombre de ideales tan vacuos como perversos.
Y, paradójicamente, son las instituciones educativas las que dan basamento a estas discriminaciones. Como los nobles de épocas añoradas por ellos, algunos de sus administradores y docentes se convierten en adalides de la intolerancia, rechazando la sola presencia, el mínimo contacto visual, con los pobres que ellos también, como parte del sistema, colaboraron para que lo sean. 
Un resto de conciencia queda aún en la sociedad, la que obliga a mostrarse ante ella como tolerantes a quienes no lo son. Cambiar superficialmente, para que nada cambie en lo profundo, parece ser el gatopardista método que sostienen estos agresores permanentes a la condición humana.
Cambiar las estructuras que sostienen la reproducción de tanta cobardía, es la tarea indispensable de quienes también somos intolerantes, pero solo con la injusticia.

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