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Por
Roberto Marra
Durante
todo el período del último gobierno popular, la palabra “relato”
estaba siempre a flor de labios de los entonces opositores. Era la
retahila mediática que intentaba hacer ver los hechos que se vivían,
como meros “cuentos” sin conexión con la realidad. Era la poción
mágica que venía a demostrar que todo lo que estábamos palpando
con nuestros sentidos, era falso, entelequias derivados de palabras
huecas, derivación de discursos demagógicos que solo pretendían
ganar las conciencias de los “pobres ciudadanos” con oscuros
intereses de dominación ideológica.
Para
convencer de la existencia de ese discurso supuestamente falso,
crearon otro, éste sí derivado de falsedades incontrastables, pero
presentadas como bajadas por la mano de Dios. Del “Dios” mercado,
claro. No costó demasiado, aunque nos está costando casi la vida.
La ignorancia y la brutalidad hicieron lo suyo, fijando en las
obtusas mentalidades del olvido rápido, las condenas mediáticas
elaboradas para eliminar a los hacedores de aquellas virtuosas
realidades.
Instalados
en la Rosada, cooptados los legisladores de manos ágiles y bolsillos
llenos y atrapado el Poder Judicial en la telaraña de pasados
comprometedores, armaron, ahora sí, su verdadero “relato”. Uno
que logró, hasta ahora, encolumnar a propios y extraños en el
camino de la devastación y la denigración nacional, mientras el
saltimbanqui que oficia de delegado del imperio nos cuenta (en idioma
ingles) otro capítulo de la farsa preparada para acabar con el
último sentido de Patria que pudiera haber quedado.
Ahora,
cuando tambalean en la cuerda que les queda para caminar hasta su
final anunciado antes de su principio, aparecen los que desean
abandonar el barco a tiempo, los aliados de la mugre del contubernio
antipopular, los miserables cómplices encubiertos en falsas
oposiciones aprobatorias de leyes del relato fantasioso de porvenires
sin destino. Ahora desfilan por radios y canales con compungidas
expresiones de dolores que no sintieron cuando fueron advertidos, con
certeza, de los daños que acompañaban con sus manos levantadas.
Una
incontenible y persistente lluvia de lamentos cotidianos pueblan los
medios. Repiten diariamente los padecimientos del Pueblo que antes
abandonaron. Relatan ahora la realidad insoportable que pudieron
evitar. Se atreven a advertirnos de los destinos de pobrezas que
ellos edificaron junto a sus antiguos socios. Nos cuentan lo que
padecemos hasta el cansancio auditivo, mientras hablan de unidades a
las que les ponen el límite de sus odios sin sentido.
Periodistas
de toda laya convertidos en otros relatores de anécdotas de
sufrimientos, entrevistan a encumbrados cuentistas de lo evidente,
para pasarnos los datos de encuestas que nos dicen que ¡somos
pobres! Nos avisan de nuestras desgracias, para asegurarse sus
lugares en la consideración electoral que se avecina. Nos entrenan
en el insano deporte de la desidia, para que no se interrumpa del
todo el camino hacia la muerte nacional.
Hasta
algunos integrantes de aquel gobierno de mayoritarias virtudes,
aparecen solo relatando la actualidad, abonando la pasividad
enervante ante el genocidio programado. Con inútiles expresiones de
defensa de la farsesca “democracia”, pretenden que atrevesemos el
tiempo que les resta a los mafiosos que dirigen este “Titanic”
desbocado, con la pasividad y la paciencia de monjes budistas,
esperando la muerte cotidiana de los más débiles con la naturalidad
de quienes no parecen sentir el fuego de la rebeldía ante semejantes
actos inhumanos.
El
relato de la actualidad ya está necesitando su co-rrelato. Precisa
de los bríos de las nuevas propuestas y de los pasos seguros y
concretos hacia su comprensión mayoritaria. Necesita de los mejores
liderazgos, coherentes con los propósitos y los esfuerzos que
demandarán sus logros. Exigen de multitudes conscientes y decididas
por influjo solo de sus experiencias, alejadas de los cuentos
infantilizantes del Poder, unidas por el lazo sólido de la verdad
sin intermediario. Demandan la proeza de convertir las palabras en
guiones de una nueva vida. Una donde el relato sea escrito, siempre,
por el Pueblo empoderado.
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