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Por
Roberto Marra
El
viejo tema de la “objetividad” sigue teniendo adeptos en las
filas del periodismo. En nombre de semejante entelequia, encumbrados
personajes de esa actividad tan imprescindible como voluble,
pretenden aparecer ante los “consumidores” de noticias como
ecuánimes e impolutos, prescindentes de presiones de un Poder que,
sin embargo, no parece tener límites en sus formas de encaminar las
opiniones mayoritarias hacia los elogios y la adhesión a sus
intereses.
Para
tener éxito en sus elucubraciones comunicacionales, se valen de
diferentes tipos de periodistas. Están los directamente pagos por
ellos, especie de marionetas al servicio exclusivo de quienes les
ordenan hasta las palabras que deben utilizar para cautivar al
público. Están quienes, sin ser directos empleados del Poder,
reciben prebendas indirectas en los medios a través de publicidades
que condicionan sus opiniones, si es que las tienen de verdad.
Hay
otros, además, que aún perteneciendo a medios insospechados de
relación alguna con los condicionadores de pautas, actúan como los
otros energúmenos periodísticos, en base a su ideología
pretendidamente “objetiva” e intelectual, siempre sobreactuada,
elogiando al enemigo para parecer honesto y maltratando a los
supuestos “amigos” para mostrar igualdades imposibles.
La
ridícula pose de la imparcialidad, sin embargo, no hace que intenten
informarse con la misma avidez de los relatos opuestos de los hechos
que pretende cubrir y sobre los cuales elaboran sus opiniones. Su
“objetividad” termina donde las agencias de noticias del imperio
trazan la línea demarcatoria de la verdad programada. Nada de
investigar por sí mismos ni preguntar algo al enemigo de la
humanidad disfrazado de neutral.
Miles
de palabras repetidas asegurando lo que no saben de verdad. Millones
de caracteres aseverando lo que nunca constataron, pero denostan con
el placer imbécil de la ignorancia ideológica que los sustentan.
Incluso aquellos que poseen preparaciones notables en su profesión,
se arrastran por ese pantano maloliente de las mentiras adornadas con
las guirnaldas de seguridades que nunca comprobaron.
Tienen,
todos estos personajes del periodismo, una enorme predilección por
ciertos “caballitos de batalla”, certezas inapelables por nadie,
porque son elaboraciones que hacen al sentido final de sus relatos.
Apuntan siempre sus palabras sobre los estigmatizados por los dueños
del Mundo, sobre gobiernos que no se asemejan a sus pretendidas
“democracias” de fantasías europeas, esos “populistas”
representantes de pueblos que consideran rebaños idiotas que siguen
a sus pastores.
La
“gente”, son sus interlocutores válidos. La manada de atontados
por centenares de serviciales del periodismo berreta que solo
escuchan lo que quieren escuchar. Con ese público cautivo de sus
verdades mentirosas, avanzan sobre las debilidades sociales derivadas
de las maldades que con sus prédicas obtusas ayudan a mantener
incólumes. Paradoja de sus manejos pretendidamente equitativos, sus
supuestas objetividades terminan convertidas en la subjetividad de
las masas sujetas al arbitrio de sus mensajes, que solo tienen un
objetivo: impedir el conocimiento de la realidad.
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