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La responsabilidad es sinónimo
de compromiso, de obligación, de carga, de incumbencia. La culpa,
por su lado, puede expresar una falta, una infracción, un error, un
desliz, un incumplimiento. La responsabilidad no parece que pudiera
generar automáticamente culpa, pero la culpa implica una falta
indudable de cumplimiento de una responsabilidad. Con este criterio,
se puede encarar el análisis de las relaciones entre el Pueblo y sus
gobernantes, cuando aquel es el que elige a estos a través de
sistemas de decisiones “libres”, con la necesaria prevención
sobre el significado en la realidad de esta palabra.
El Pueblo tiene una obligación
que atender cuando decide. Pero ese conjunto está constituido por
individuos, que a su vez forman parte de sectores sociales
diferenciados, las clases, que demandan por intereses diversos y, las
más de las veces, opuestos entre sí. Además, aquellos que poseen
mayor capacidad económica, generalmente tienen acceso a mejores
posibilidades de entender la realidad y, por lo tanto, mayores
incumbencias en el resultado de lo que se elige.
Después, están los culpables.
Esos son los que, teniendo una responsabilidad adquirida mediante el
voto popular, la incumplen u omiten en la realización de lo
comprometido. Aquí es necesario observar que no toda culpa implica
el deseo de quien la tuviera de no observar su obligación ni dejar
de lado la carga que lleva sobre sí por decisión mayoritaria. Los
errores son siempre posibles, mucho más probables cuando se trata de
gobiernos que pretenden desarrollar políticas que afectan intereses
poderosos, los cuales actúan en consecuencia de las peores maneras
para impedir su concreción, provocando yerros producto de sus
provocaciones.
Los que no se pueden obviar, son
los culpables ocultos, esos que trabajan por detrás de las
bambalinas gubernamentales, un supra-poder que ni siquiera tiene
pertenencia nacional alguna. En ellos, la culpa es absoluta.
Arrastran siglos de delitos encubiertos, décadas de influencias
sobre las debilidades de grandes sectores sociales. Son los actores
principales de la auténtica corrupción, esa que después le
endilgan a los gobernantes que no responden a sus directivas.
La responsabilidad popular
existe. Valor o disvalor, según las circunstancias, implica hacerse
cargo de las decisiones, aún cuando entendamos las influencias
recibidas y la importancia de las afectaciones intelectuales que el
Poder promueve. Está ahí esa carga moral de atender todas las
señales de la realidad. Forma parte indisoluble de nuestras vidas el
tratar de ir siempre un poco más allá que las miserias impuestas
desde la ignorancia y la oscuridad mediática.
La culpa de los líderes, también
existe. Evaluada por el propio Pueblo con el tamiz de los errores
posibles de cometer en sus funciones, permitirá entender mejor a la
sociedad y solventar lo que venga con mayor precisión, elaborando
colectivamente los cambios o las continuidades.
Pero los culpables de todas las
culpas, los manipuladores de conciencias, los generadores y
partícipes de las peores perversiones antipopulares, los integrantes
de la raza maldita de la oligarquía enquistada en nuestra sociedad,
deberá ser extirpada del castigado cuerpo social, envilecido por
culpas ajenas, pero responsable, siempre, de su propio destino.
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