lunes, 8 de octubre de 2018

EL TRIUNFO DE LA BRUTALIDAD

Imagen de "Paraguay Noticias 247"
Por Roberto Marra
Hace más de dos mil años que los estigmas funcionan a la perfección para que las mayorías crean que alguien es su enemigo. Desde aquel martirizado en la cruz, hasta nuestros días, nada parece haber cambiado demasiado, salvo las formas y la sofisticación de los métodos. Siempre listos para el odio fácil y espontáneo, millones de ninguneados sociales creen salir de sus cuevas de miserias eternas para formar parte de un ejército santificado desde paródicas iglesias que los invitan a tener fe en un dios amañado y falso, justo a la medida de las necesidades del Poder.
De allí en adelante, sus vidas solo serán ofrendas permanentes a los deseos del “pastor” de turno, lector histriónico de versículos de una Biblia que retuercen para sus objetivos de dominación sobre esas masas de ignorantes idólatras. Con esos sencillos acomodos a la realidad social en la que se mueven, logran lo que se les ocurra que, no por casualidad, es la rendición incondicional de esos impávidos a la voluntad de sus mandatos, supuestamente “divinos”.
Gracias a ellos y con tan poco, una figura repulsiva por donde se lo mire, un escarnio de lo humano, un bruto con iniciativa, un “Bolso-de-nada”, logra la adhesión de decenas de millones de brasileños que no ven más allá de sus narices, enceguecidos de odios sin sustentos, atrapados en la red misteriosa del desprecio a sus propias necesidades, embrutecidos a fuerza de pantallas restallantes de mentiras y promesas del fin de los demonios “populistas”.
Y allí fueron, felices de poner sus dedos en la tecla del facista de ocasión, en esas sospechosas máquinas de votación que nunca se sabrá si otros las digitan por detrás. Allí están ahora, festejando sus propias muertes sociales, sus destinos de miserias más profundas, el hambre de millones de ignorados, sus propios hijos o nietos, cuyas voluntades nadie consulta, pero condenan.
Del otro lado, un temeroso candidato sin historia, un apuro de la historia, el resultado de la estigmatización mayor al mejor de todos, termina aplastado por no saber tomar el toro de la realidad por las astas de la voluntad de cambiarlo todo, de raiz, de extirpar el cáncer antisocial que envilece los destinos de tantos extraviados detrás de las oscuras amenazas de muerte real a quienes no se avengan a sus atroces propuestas de venganzas antipopulares.
Las medias tintas, como siempre ha sucedido, terminan por perder ante quienes no andan con rodeos en sus palabras. La brutalidad suele ser bien vista ante los ojos de quienes solo desean cambiar sus vidas a través de rápidas venganzas que les provean de las razones que no tienen, sobre enemigos que no lo son. Pero nada de eso importa, porque el “pastor” ya les aseguró que su “dios” de supermercado le anunció el fin de los dolores y el principio del reinado de la felicidad eterna.
La vieja costumbre pusilánime termina por enredar a los que pretenden representar el “progreso”. Los temores de ofender a los poderes reales, aleja a los candidatos que intentan representar a una realidad social que no terminan de entender, porque no comprenden las subjetividades que la componen. Mucho más honestos que los infamantes generadores de odios fáciles y estigmas sin razones, no logran cautivar con sus verdades a tantos miopes del pasado y ciegos del futuro, que prefieren ser parte de la fácil consigna de la muerte al enemigo fabricado para la ocasión.
Creyendo que avanzan hacia el paraíso, millones de idiotizados se hunden en el infierno. Con alabanzas a un Cristo malversado, creen que podrán ser parte del festín de lo que viene. Naturalizan la muerte de sus “enemigos” para satisfacer el morbo fabricado para sostener el poder de quienes les roban cada día sus pequeños sueños y acaban lentamente con sus horribles vidas.
Nada importa, porque ninguna otra cosa les ofrecen. O porque no entendieron a quienes lo hicieron. Tomados de la soga que los conduce a su cadalso, vivan al títere de ocasión triunfante, que los ofrecerá como prenda de amor al imperio, que lo sostendrá hasta que su ciclo miserable llegue a su fin. O hasta que esos millones de embelesados por la mentira programada, levanten su mirada del suelo donde se arrastran, para ver a los ojos a la esperanza multiplicada en la mirada encarcelada de quien carga el noble estigma de ser, como ellos, Pueblo.

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