Imagen de "Protestante digital" |
Por
Roberto Marra
Se
escuchó toda la vida eso de que los argentinos somos los mejor
preparados del continente, que tenemos un altísimo nivel
educacional, que proveemos de mano de obra muy calificada al mundo, y
otras frases por el estilo. De ese paradigma que atraviesa todas las
ideologías, se aferran también los enemigos del desarrollo que
semejante aseveración pudiera implicar. Agarrados de las alas de
nuestra nave repleta de ese egocentrismo con ciertos visos de
realidad, los acaparadores de fortunas tiran para abajo con la fuerza
de su casi omnímodo poder, impidiendo desde hace dos centenarios que
levantemos del todo el vuelo soberano.
¿Dónde
quedó, entonces, toda esa supuesta superioridad intelectual que
vanagloria a tanta “gente” que, atravesada de incomprensiones
imposibles y sometimientos vergonzosos, atropella la razón con
definiciones inferiores a las capacidades de un niño de jardín de
infantes? ¿Qué extraños sucesos hacen posible tanta idiotez
generalizada, tanto desprecio deshumanizante, tanto olvido
degradante? ¿Cuál es la causa de semejantes niveles de odios y
tantas retorcidas elucubraciones negadoras de lo vivido?
Hay
algunos pensadores que nos advierten de la falta de autocrítica de
quienes conducían los destinos de la Nación antes de la
(mayoritariamente) consentida invasión oligárquica que nos apabulla
por estos días. Con razón, elaboran teorías que demuestran
responsabilidades objetivas de aquellos conductores del pasado
reciente, para la pérdida del hilo histórico que asegurara la
continuidad del proceso virtuoso que se estaba desarrollando.
Sin
embargo, todo parece demasiado simple, cuando sabemos que no lo es.
Con lo cierto de la acumulación de errores que pudiera haber
cometido la gestión del gobierno nacional y popular, no alcanza para
explicar tanta incomprensión de parte de los “arrogantes
intelectuales de América”, raza de sabiondos que parecen
entenderlo todo y adelantarse a su tiempo, especie que, a la luz de
la actualidad política, económica y social, ha degradado hasta los
más elementales límites de la estupidización masiva.
Parafernalia
mediática del Poder Real, educación de tendencia elitista,
acumulación de indignos desprecios clasistas, son la base de la
inmoralidad subyacente en una sociedad que no termina de acomodarse a
una identidad racional y propia, que la sustente en la construcción
de una Nación que se dejan robar todos los días en nombre de lo que
no tienen pero envidian de sus “amos económicos”.
Desfilan
elefantes por las avenidas, pero no los vemos. Avanzan tanques de
guerra del imperio por las rutas, pero no los registramos. Llueven
toneladas de deudas impagables, pero nos tapamos con los paraguas de
las mentiras de patanes informantes del Poder mediático. Nos
aseguramos de encontrar culpas ajenas, evitando el espejo que retrata
nuestras miserias obsecuentes de los poderosos. Intentamos degradar a
quienes tienen miradas diferentes sobre los destinos que nos esperan,
para no ver la evidencia de las verdades de a puño que nos
advierten.
Sometidos,
deshilachados de esperanzas, retardados en la memoria, amnésicos de
lo vivido hace casi nada, transitamos escondidos entre los escombros
de lo que pudiera haber sido, si no caíamos en una trampa tan obvia
como la luz del sol. Maldecimos a los actuales hacedores de las
desgracias masivas, pero nos aseguramos de incluir también a quienes
solo cometieron errores en el camino hacia una Patria tantas veces
demolida.
Todos
son lo mismo, repiten los embrutecidos habitantes de lo que queda de
aquello que podría haber sido una República. Saben que se mienten a
sí mismos, pero aprendieron a gozar con sus sufrimientos. Se
embaucan solos, los “sabiondos” integrantes de la “gente”,
miserable condición de mal nacidos, refractarios de verdades
construídas con sangre y sudores de otras generaciones que sí
supieron entender su propia historia y defender con hidalguía su
futuro.
Acabarán
tantas desgracias solo cuando, además de las necesarias autocríticas
de los líderes honestos, emerjan las convicciones escondidas en
algún rincón de los corazones olvidados de un Pueblo que supo en
otros tiempos construir con dignidad su propio destino, con la
justicia social como bandera.
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