Imagen de "Revista Corrientes" |
Por
Roberto Marra
El
morbo forma parte indisoluble de los seres humanos. Es esa
pertubación casi patológica que producen los hechos truculentos,
las muertes violentas, los padecimientos de los débiles, la visión
de los sufrientes. Como tal, forman parte del “armamento”
mediático que se utiliza para captar la atención de la población
sobre temas de asesinatos, hallazgos macabros, entrevistas a
familiares de víctimas y otros hechos similares.
Pasan
horas (literalmente) con las cámaras enfocando la nada misma,
repitiendo las pocas imágenes que pudieran haber logrado con cierta
lógica periodística, hablan hasta el hartazgo con policías que no
dicen nada, fiscales que especulan sin pruebas, jueces que aclaran lo
que no conocen y vecinos que hacen del chisme su deporte favorito.
Dividen la pantalla tratando de mostrar que abarcan lo que ni
siquiera intuyen, mientras en los estudios se reunen “especialistas”
con menos ética que conocimientos, tratando de elaborar fantasías
sobre el destino de la víctima y sus probables captores.
El
regodeo más repugnante vendrá si la víctima aparece muerta.
Comenzará allí otro capítulo de este drama morboso, con cámaras
moviéndose detrás de los familiares, preguntando ¡que sienten!,
indagando sobre sus sospechas, incitándolos a declarar lo que no
saben, empujándolos todavía más abajo en el abismo de la
desesperación de sus vidas atravesadas por semejante dolor. Más
análisis berretas sucederán a los anteriores, más parafernalia
pretendidamente científica de ignotos personajes creídos de saberes
que ni rozan, demasiada carga de ignorancia mostrada como
inteligencia periodística al servicio no se sabe muy bien de qué.
Decenas
de horas malgastadas sin contribuir más que a la descalificación de
lo humano. Abandono de la realidad conducente a los sucesos que se
están cubriendo. Olvido de la decencia y el respeto a los
semejantes, sobre todo cuando se trata de personas empobrecidas,
atravesadas por conflictos inherentes a sus condiciones sociales y
evidentes abandonos previos. Miradas sesgadas y clasistas sobre
hechos que, de suceder en ámbitos de la “alta sociedad”, serían
tratados hasta con devoción.
Las
pantallas se llenan de escenas desgarradoras que debieran pertenecer
solo al ámbito de lo privado, mostrando lo perverso de un sistema
que destruye el sentido mismo de sociedad, atravesándola con
muestras horrendas de sus desvíos de lo moral. Los conductores de
los programas se abarrotan de palabras lastimeras, de lágrimas de
cocodrilo, de supuestas penas que dejan de lado al instante de
comenzar la siguiente nota, olvidando con la rapidez de sus
desprecios el aparente sufrimiento que nunca tuvieron.
Por
allí se camina, construyendo discriminación y menosprecio,
enarbolando estigmas sociales que padecerán por siempre los
padecientes de las aberraciones del sistema. Se olvidarán demasiado
pronto de los deudos de las víctimas y sus dolores, hasta el
siguiente capítulo de esta “novela” improvisada con la muerte
como paradigma. Desplegarán otra vez a sus movileros, experimentados
en eso de hacer periodismo desde el dolor ajeno, atravesando su digna
profesión con coberturas siniestras, muestras claras de la
corrupción mediática que padecemos. Y que forma parte indisoluble
del régimen que genera las miserias sociales que supimos conseguir.
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