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Por
Roberto Marra
A
vuelto la obediencia debida como disculpa. A regresado la exculpación
por órdenes recibidas. Retornó el sistema del ocultamiento detrás
de la cobardía de la irresponsabilidad. Así actúan los armados
cazadores de personas en los actos públicos. De esa manera encubren
sus fechorías obscenas, dignas de los peores filmes apocalípticos,
esos integrantes de las mal llamadas “fuerzas de seguridad”, que
solo lo son para sus mandantes.
Pero
no son los principales responsables de tanta oscuridad. No son más
que engranajes de una maquinaria feroz al servicio de los ladrones de
nuestras vidas. Lubricados con la sangre de sus víctimas, giran
alrededor de los inocentes para convertirlos en responsables de sus
propias felonías, haciendo con el temor lo que no pueden con la
razón.
Los
dueños de la máquina del horror homicida están muy lejos de las
calles de los reclamos de justicia social (y de la otra). Ocupan los
cargos que los mismos apaleados le otorgaron en otros momentos, donde
las mentiras mellaron la confianza en los honestos convertidos en
enemigos por la metralla mediática. Oxidados vejestorios mentales se
agarran fuerte a sus bancas oprobiosas, haciendo de la mendacidad su
“rebusque” de gruesos salarios y flacas conciencias.
Desde
sus bancas, levantan las manos cada vez que el Poder se los ordena,
acabando con los pequeños sueños de las mayorías silenciadas a
golpes y balazos. Actúan exaltaciones que no tienen, distracciones
histriónicas para la tribuna televisiva que postergan respuestas a
los interrogantes de sus oponentes. Y rememoran relatos tan falsos
como sus sonrisas de cartón pintado, para oscurecer la verdad de un
pasado que los condena por traidores.
Señalan
sin vergüenza a algunos extranjeros como los causantes de todos los
desmanes que ellos ordenaron. La xenofobia como gambeta a la certeza
de las imágenes, esgrimida por el xenófobo mayor del Senado, el
peor de los fariseos, el oscuro e insignificante falsificador de su
propia vida, enarbolando banderas de una soberanía que enajenan
pulsando los botones de la destrucción masiva parlamentaria.
Es
ese mismo repugnante senador que exige vallas a cuatro cuadras a la
redonda del Congreso, convertido en el palacio del horror y la
obsecuencia, casi su propiedad, al que solo le falta el foso
alrededor para alejar para siempre a sus dueños verdaderos.
Construyen una republiqueta de fantasía que asegura sus intereses y
los de los auténticos responsables de tanta perfidia, los evasores
de fortunas de orígenes tan asqueantes como sus conciencias
putrefactas.
¿De
quién es este Congreso de vallas y sesiones escondidas? ¿A quienes
pertenecen sus entrañas invadidas por tanta miseria discursiva, con
tanto traidor de baja estofa y vergüenzas olvidadas en sus pequeñas
historias politiqueras? ¿Cómo se llegó al martirio consumado por
las bestias motorizadas y armadas hasta los dientes con anuencia y
beneplácito de muchos de sus propios damnificados?
Es
hora de tomar por asalto la verdad. Es momento de aceitar nuestras
conciencias entumecidas. Es tiempo de provocar algo más que
cosquillas al Poder, enarbolando las banderas abandonadas en nombre
de odios infundados. Ahora es cuando debe resurgir de muy abajo, de
lo más profundo de la historia de honores defraudados, la fuerza que
barra del camino de la esperanza a los matones y sus jefes
desquiciados. Para abrir otra vez la ventana de los sueños, robados
con los bicentenarios espejitos de brillos apagados.
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